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León

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elena camacho | madrid

Si la llegada del hombre a la Luna hace 50 años en una nave tecnológicamente inferior a un teléfono móvil nos pareció una aventura increíble, el viaje de Juan Sebastián Elcano no lo fue menos: el marino dio la vuelta al globo sin mapas y equipado solo con cuerdas, un reloj de arena, un cuadrante y una brújula.

El viaje que empezó Fernando Magallanes y terminó Elcano fue el cenit de la edad de oro de los descubrimientos españoles iniciado en 1492 por Cristóbal Colón.

Colón quería llegar a las Indias abriendo una ruta por el oeste pero en su camino se encontró con un nuevo continente. La consecuencia del descubrimiento fue el Tratado de Tordesillas que para evitar conflictos navales obligaba a los españoles a navegar hacia los mares del oeste y a los portugueses hacia el este.

Los españoles, por tanto, solo podían navegar el Atlántico hacia América pero en 1513 Núñez de Balboa descubrió que al oeste del Nuevo Continente se abría un nuevo mar, un hallazgo que inspiró la expedición de Magallanes: desde ahí intentaría llegar al Lejano Oriente sin vulnerar el Tratado.

Quinientos años han pasado desde que Magallanes partió de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) con cinco naves y 245 hombres. Y lo consiguió. Accedió al Pacífico por el estrecho que hoy lleva su nombre y llegó hasta Filipinas, donde murió tras involucrarse en las revueltas locales.

Aunque el mundo confiera a Magallanes el mérito de la primera circunnavegación, la hazaña fue de Elcano, quien tomó el mando de la expedición y apostó por regresar navegando desde las Molucas hacia el oeste, una decisión casi milagrosa y contraria al objetivo de la misión.

1.082 días después, dieciocho hombres llegaban a Sanlúcar de Barrameda y completaban la circunnavegación, un asombroso viaje realizado con una tecnología «casi de juguete», explica a Efe el profesor de Filosofía de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), Ekai Txapartegi.

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