Diario de León

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León

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josé enrique martínez

Nacidos a principios del XX, dos de los poetas colombianos de más alta graduación resultan singulares por diferente motivo: Aurelio Arturo es autor de un solo libro de poesía emotiva y transparente, Morada al sur (1963), imbricado en el paisaje natal de montaña y selva, que reseñamos en estas páginas en 2018; el otro, del que nos ocupamos hoy, es Luis Vidales, que publicó en 1926 Suenan timbres, de signo vanguardista, y no volvió a editar otro poemario hasta cincuenta años después. El libro acaba de ser publicado en España junto a una selección de sus otros libros, La obreríada (1978), Poemas del abominable hombre del barrio de las Nieves (1985) y El libro de los fantasmas (1985). Hasta la aparición de Suenan timbres la poesía colombiana seguía anclada en el modernismo, cuando en el resto del continente la vanguardia había revolucionado el ámbito lírico, con Huidobro en Chile, Vallejo en Perú o Girondo en Argentina. Luis Vidales traía a la poesía colombiana el aire atrevido e irrespetuoso del surrealismo, por lo que Suenan timbres fue recibido con escándalo. Hoy es ya un texto clásico. Después, el poeta desperdigó su producción en la prensa, dio prioridad a la política dentro de la ideología comunista y sufrió prisión y exilio algún tiempo, hasta morir en Bogotá en 1990.

Suenan timbres incorporó el humor, el ingenio y la imaginación desbocada. «Visioncillas» se titula un poema; las que solemos tener son más o menos comunes; con las visiones del poeta Luis Vidales vamos de sorpresa en desconcierto, de greguería en greguería; así, dos muchachas pasan desenvolviendo «el hilo de su andar / que habían dejado amarrado en casa»; las casas se le aparecen como cajones grandes, las coronas de flores en el coche fúnebre le resultan neumáticos de carnaval y la calle es un reptil inmóvil. Vidales veía no las cosas y los hechos, sino el dorso de los mismos por el lado de la imaginación, la ironía y el humor: «Las cruces que hay en el mundo / son trampas puestas por los hombres / para cazar a Jesucristo». La obreríada, cincuenta años después, supuso el cambio que el título sugiere. El nuevo léxico indica otras preocupaciones, lo mismo que los nombres propios: fusil, rebelión, revolución, Lenin, Marx, Sierra Maestra, etc. Formalmente el poeta modera el vuelo metafórico y el verso tiende a la medida, explícita cuando el soneto se convierte en una de sus fórmulas usuales.

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