Diario de León

El hombre que amaba la literatura

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León

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alfonso garcía

Muchos saberes por la inercia y voluntad de sus múltiples quereres, curiosidades e inquietudes, que, gracias a su condición de ávido lector y a su cercanía a hechos, acontecimientos y territorios, conforman una obra abundante y poliédrica, que algún día será necesario desentrañar sin prisas por su riqueza y variedad. Periodista, viajero, crítico, editor escritor…, un compendio comprometido en el ejercicio de saber y contar con una prosa precisa o la oralidad con los matices que impuso a la voz recia pero transparente. Una obra, en definitiva, difícil de abarcar por sus múltiples registros. Es verdad que en los últimos años especialmente –y el testimonio queda escrito en una larga enumeración de periódicos, entre ellos el que ahora tiene en sus manos- cultivó con mayor intensidad la columna de opinión, siempre atento a diversos ejes temáticos: políticos –acerado y con buen anclaje-, geográficos –siempre sugerente y descubridor-, literarios –originales, personalísimos, de amplia mirada- y un etcétera generoso. Incido en el último de estos ejes, porque la literatura fue una de sus grandes pasiones, su gran pasión, como me confesó más de una vez, aunque la evidencia no necesita declaraciones, Ernesto Escapa, el hombre que amaba la literatura. En algunas anotaciones de este tipo quiero detenerme hoy, consciente de que no es posible abarcar en un espacio breve su cercanía bibliográfica a la literatura, o su implicación en el sentido más amplio.

Llegó Ernesto Escapa al Madrid universitario lleno de admiraciones y de lecturas. Y las intensificó. Unas y otras. Y estudió. Tres ejes que empezarían a sedimentar pronto, a trasladarse de las notas a la reflexión, abundantes las primeras, muy destilada la segunda, en un proceso que caracterizó su vida intelectual y cuyo alcance admira a todos, cercano a la condición de la sabiduría. Y ya entonces escribió mucho («Hice en muchas ocasiones de negro. Pura supervivencia», me dijo en alguna ocasión, entre serio y sonriente), con dos novelas premiadas en concursos universitarios de alcance nacional y que sería bueno rescatar: Huida a tres por cuatro y Legado de sombras.

Cuando llegó nuevamente a León, con un notable bagaje de experiencias y conocimientos, había abandonado la ficción. Su presencia en esta ciudad, que nunca había abandonado, es verdad, en el tramo final de la década de los setenta y en los ochenta, fue muy fructífera y enriquecedora para el común. Se convirtió en un referente cultural y social con su participación en el seminario Ceranda y en la revista Cosmos, en ambos casos con un buen historial de paseos por los juzgados. Eran tiempos difíciles para la libertad y el cambio. Y en una calle, su domicilio, del barrio de San Mamés, nació bajo su amparo Ediciones del Teleno, que yo sepa, y por tanto abierto a cualquier desmentido, con un solo título en su Biblioteca Popular Leonesa, de la que figura como director: El entierro de Genarín (1981), de Julio Llamazares, con la emblemática portada de Pedro G. Trapiello. Hace casi cuarenta años, época que habría de analizarse con detenimiento. Ni que decir tiene el impacto del momento y la sucesión de ediciones y editoriales de la obra de Llamazares, «donde se narra la vida de gallofa y sorna de un pellejero ilustre…», tan irreverente en aquel momento para las «fuerzas vivas». Esta condición de editor la continuó, años más tarde, en la vallisoletana editorial Ámbito, cuyo Anuario de Castilla y León se convirtió con él en una verdadera obra de referencia en el análisis de la cultura y la creación literaria, entre otros planteamientos.

En 1983 es nombrado jefe del gabinete de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León, cargo en el que permanece hasta las elecciones de 1987. Fijada ya su residencia en la capital del Pisuerga, quiero subrayar al menos dos acontecimientos literarios significativos de este período. Por un lado, se celebra en León -30, 31 de mayo y 1 de junio de 1985- el primer Congreso de Literatura Contemporánea en Castilla y León, cuyas actas se publicaron al año siguiente en el volumen inicial de la «Colección de Estudios de Lengua y Literatura»; el mismo año, y por su iniciativa, aparece Literatura Leonesa actual. Estudio y antología de 17 autores, imprescindible en aquel momento, referencial, obra del también leonés ya fallecido Santos Alonso. Quiero anotar que, siguiente esta estela, un nuevo congreso con igual o parecido enunciado, se celebró en Burgos (2003), bajo el amparo de otro organismo y la misma Administración, que, unidos a las universidades públicas, acoge (2019-2020) una nueva actualización, por géneros en este caso. Recientemente celebrado en León sobre literatura de viajes, en el que Escapa tiene tanto que decir, se homenajeó a Jesús Torbado, una de sus referencias inevitables, por obra y amistad. El segundo aspecto al que quería referirme es la creación y fortalecimiento del premio de Literatura Infantil y Juvenil Libélula, que se dejó después morir, convencido como estaba de la necesidad de fomentar nuevos y jóvenes lectores, alejados de las tan socorridas traducciones. Era el momento oportuno. España comenzaba a despegar en este ámbito. Atento y cercano siempre a los premios –caso del notable de poesía convocado por Diario de León en su primera etapa en el periódico-, fue Jurado en muchos de ellos, entre los que merece subrayado el de la Crítica.

Hablaba hace un momento de libros de viajes, uno de los ejes vertebradores de su obra. Estoy cada día más convencido de que el relato de viajes es un género literario en la plenitud de la palabra, que se ejemplifica perfectamente en el caso de Escapa. Además de los publicados en el suplemento La Posada, de El Mundo, otro de los periódicos con los que mantuvo especial vinculación, una decena de libros al menos –Guía del Duero, Rincones mágicos, Tierra de horizontes, Pueblos en la naturaleza…- testifican lo dicho. Uno se convierte, a mi juicio, en paradigma: Corazón de roble, subtitulado Viaje por el Duero desde Urbión a Oporto. Editado en 2009 por la Consejería de Cultura y Turismo, tuvo notable protagonismo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México) en 2010, a la que asistió una amplia representación de escritores de Castilla y León como región invitada a la cita mexicana. Al año siguiente Gadir Editorial lo acercó al gran público en una edición más sencilla y manejable, además de revisada, que presentó en León acompañado por Antonio Gamoneda, Secundino Serrano y Nicolás Miñambres. Sea como fuere, lo cierto es que, con palabras de Luis Mateo Díez, se trata del «gran libro sobre la totalidad del río Duero», elaborado «a través de un viaje que aglutina muchos viajes». Tomado el título de un verso de Machado, es un magnífico ejemplo de libro de viajes ilustrado. Especialmente porque tiene carácter integrador, condición que, a mi juicio, está esencialmente vinculada al juicio de valor positivo: hechos históricos, arte, enclaves naturales, anécdotas, gastronomía, vinos, pueblos, gentes, referencias literarias…, un despliegue de mucha sabiduría que enhebra el relato con naturalidad a través de una prosa reposada pero activa, fácil y esclarecedora, limpia y poderosa.

La literatura, el hecho literario como despliegue de múltiples manifestaciones, ocupó, podríamos decir que de manera prioritaria, su atención. Conferencias, ponencias en congresos, artículos en revistas especializadas y periódicos…

Es emblemática, sin duda, la sección que mantuvo en este suplemento Filandón de Diario de León durante la segunda etapa, de varios años, en este periódico: El territorio del nómada ofreció cada domingo, hasta su enfermedad, un recorrido por la obra, el significado y la valoración de los escritores más dispares y heterogéneos, en no pocos casos rescatados de un injusto olvido. Una cita lectora obligada, que en su conjunto truncado ofrece el criterio, los intereses y la visión del de Carrocera. No olvidó otra mirada literaria en los libros, tanto de carácter enciclopédico (coautor del Catálogo de Escritores de Castilla y León o del Inventario de Raúl Guerra Garrido), como de mirada individual (La primavera de Antonio Machado) o colectiva (Generaciones juntas. Veinte años de narrativa en Castilla y León 1983-2003). En los últimos años había iniciado una serie que podríamos calificar de madurez, muy personal, reflejo de la constancia y de sus muchos saberes acumulados y documentados, reflejo y y proyección de una mirada distinta y abarcadora. Me refiero a El Siglo de Delibes, editado y presentado por El Mundo, creo que precisamente el día que ingresó en el hospital, un excelente anticipo del centenario del nacimiento del escritor vallisoletano el próximo año. Además de poner en valor su importancia social y literaria, Escapa va más allá, ofreciendo una compleja visión que implica a personajes, hechos y situaciones coincidentes en el tiempo con Delibes. Ya antes, y publicado en este caso por el Diario de León (2012) había aparecido El Siglo de Crémer, que subtitula con notable intención Un viaje por la literatura leonesa contemporánea. Profundo conocedor de la misma, se trata de una aportación muy valiosa, sobre todo por lo que añade a la misma en un recorrido delicioso cargado de sorpresas, novedades, datos, nombres, curiosidades y circunstancias bajo la mirada propia y analítica de Ernesto. Verdadera sociología de la literatura, que integra muchos elementos para su mejor contextualización y entendimiento. Estaba trabajando en El Siglo de Umbral.

Un perfil de urgencia y, por tanto limitado –limar posibles deslices y enfocar la generosidad de su producción es tarea pendiente- de Ernesto Escapa, el hombre que amaba la literatura. Que amaba el saber en todas sus dimensiones. Vida y obra dan fe.

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