Zonas oscuras
El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha reemplazado las encuestas a pie de calle por un jugoso contrato para las tres compañías telefónicas que controlan el mercado en España. El argumento es que se ahorran millones de euros.
Ya no es que los móviles hayan reemplazado a las personas para averiguar los hábitos cotidianos de la gente. Ni siquiera voy a discutir si son anónimas, como dice el INE, porque la huella digital es un misterio no descifrable para gente profana como yo. Aunque confieso que soy del sector de quienes no se fían.
A mí lo que me preocupa de esta nueva metodología de ‘espionaje demoscópico’ es la gran masa oscura que queda fuera de su espectro. Al elegir a tres compañías sin cobertura en el medio rural, la encuesta queda reducida a áreas urbanas y con un cierto nivel de población.
Me pregunto si al INE no le interesa saber nada acerca de ese 30% de la población que vive en zonas rurales. Acaso no es rentable recabar información de estas personas. O, como dice el refrán, ojos que no ven... corazón que no siente (ni invierte).
Porque la finalidad de las encuestas es hacer un diagnóstico para conocer las necesidades de la población. Y si no figuran en ninguna parte, pues no hay política que planificar.
Es un viejo truco que un amigo de Villavante conoce muy bien. Juan Miguel tiene la rara costumbre —en este país— de usar el tren para desplazarse a su pueblo. Podría subir sin billete y no pasaría nada. Nunca se cruza con el revisor. Ni buscándolo lo encuentra.
Ha presentado decenas de reclamaciones a Renfe. Pero nada. Le contestan amablemente que han recogido su queja y hasta ahí hemos llegado. Mi amigo sospecha que la compañía no quiere registrar los viajeros que usan el tren. Y así justificar la reducción de paradas.
Algo parecido ocurre en la Feve lo que, unido a la expulsión del tren de vía estrecha del centro de la ciudad, ha menguado el número de personas que usan este medio de transporte de forma cotidiana.
El gran relato de la defensa del medio rural se estrella con los hechos. La reforma sanitaria es otro ejemplo sin desperdicio. La mejor médica del mundo se convirtió en consejera de Sanidad y lo primero que ha hecho es suprimir el número de servicios que la medicina y la enfermería van a prestar en los pueblos.
La solución que ha ideado esta médica, cuya experiencia se ha desarrollado en una zona urbana y poblada como Parquesol, en Valladolid, es poner un autobús, furgoneta o similar para llevarles al centro de salud más cercano. Han llegado a la conclusión de que el medio rural no se adapta al diseño de los servicios que han desarrollado y en lugar de cambiar los servicios, condenan a la gente de los pueblos a un peregrinaje perpetuo.
Hemos de reconocer que el cuerpo veterinario tiene más imaginación y consideración con el ganado vacuno y caballar. Me cuenta otro amigo, que tiene pueblo y burro, que han ideado un potro móvil para las labores de herraje, pedicura y otras necesidades de esta cabaña ganadera. Y lo llevan de pueblo en pueblo para prestar el servicio.
Hay panaderos que están dispuestos a llevar el pan a un pueblo con una sola vecina. Como hace el de Senra, que sube una vez por semana a Villar de Omaña. Pero las instituciones no están dispuestas a adaptarse a las personas a las que supuestamente deben servir. La falta de banda ancha, por poner otro ejemplo, hace que pedir una subvención, presentar las cuentas de la junta vecinal y muchos otros trámites se conviertan en una gymkana imposible. La gente, al final, desiste.
Y las juntas vecinales desaparecen. Dicen que defienden el medio rural. Pero las desigualdades se agrandan. La vieja maquinaria no sirve y hay que reemplazarla por otros ingenios si se quiere, de verdad, pero de verdad, apoyar a las personas que viven en el medio rural y no dejar estos territorios al albur de grandes compañías con gigantes intereses económico. Porque a lo mejor el gran negocio es que no haya gente.