Tribuna | Religión católica
RELIGIÓN | Adviento: tiempo de esperanza
LITURGIA DOMINICAL | Es posible que, como en los tiempos de Noé, estemos demasiado ocupados en nuestros pequeños intereses
Mientras hay vida hay esperanza, solemos decir. Pero no es menos cierto que sólo por la esperanza es posible la vida. El domingo comienza el Adviento. Decir Adviento es decir esperanza. Mantener viva y comprometida la esperanza no es fácil porque vivimos en un mundo colmado de problemas y el futuro se nos ofrece sombrío: crisis económica y de valores, falta de libertad y explotación para muchos habitantes del planeta, conflictos por las corrientes migratorias, deterioro de la naturaleza, desaparición de los valores tradicionales en muchos ámbitos, falta de escrúpulos en tantos temas morales, fomento de entornos que destruyen la vida de las personas y la convivencia entre los pueblos.
Ante esta realidad, ¿cómo mantener despierta la esperanza? ¿Cómo creer las palabras del profeta «de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas; no alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra»? (cf. Is 2,1-5). Adviento es el anuncio apasionado de la esperanza que Dios nos ofrece en su Hijo Jesucristo. «Viene el Señor».
Está viniendo en cada instante de nuestra historia. El que un día se hizo carne en María nos invita a mirar confiados hacia ese futuro de unidad y de paz anunciado por el profeta Isaías, pues Él mismo se ha hecho nuestra paz, en Él se ha cumplido la Promesa de Dios.
Es posible que, como en los tiempos de Noé, estemos demasiado ocupados en nuestros pequeños intereses y no sintamos su llamada y su presencia (cf. evangelio: Mt 24,37-44). Pero Él está abriendo camino y disipando con su luz las tinieblas que impiden el amanecer del Nuevo Día y las sombras que ciegan nuestro corazón. Respondamos a las exigencias de conversión que nos propone la Palabra de Dios, dejando a un lado las falsas seguridades y revistiéndonos con las armas de la luz (cf. segunda lectura: Rom 13,11-14). Esa tierra nueva, lugar de paz y de vida, primicia de la Jerusalén celeste, la haremos posible si creemos y hacemos vida la promesa salvadora de Dios.