Diario de León
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León

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Me dijo: «Puedes viajar en el tiempo, pero solo a una época en la que aún no existías o en la que ya no existirás». Luego volvió la vista sobre la carta y me preguntó si le recomendaba algún plato. Se suponía que debía entrevistarle -para eso habíamos quedado-, pero ni siquiera había sacado la grabadora del bolsillo. Unos días atrás, le había ofrecido al editor de una publicación con la que colaboro un reportaje sobre el autor de una novela de viajes en el tiempo. «Adelante», me dijo en un exceso de confianza, ya que, por su tono, supuse que no había oído nunca el título del libro ni el nombre del autor, Guzmán Valdivia Apacero, ciudadano chino que, por lo que decía en su nota biográfica, se encontraba en Tokio como refugiado político, ya que el gobierno de Pekín consideraba su literatura subversiva. «¿Usted ha viajado en el tiempo?», le pregunté, pero antes de responderme, señaló en el menú los tallarines picantes y me dijo que los tomaría acompañados de sopa y arroz. Entonces vi que le faltaban dos falanges del índice de la mano derecha. «Claro que he viajado en el tiempo. Gracias a eso conseguí escapar de mi muerte». Tras tomarnos la comanda, el camarero me ofreció cubiertos y los rechacé. Guzmán Valdivia, sin embargo, dijo que prefería comer con tenedor. «Con esta mano no puedo usar palillos», me aclaró. «¿Y puede escribir?», le pregunté. «Cuando me cortaron el dedo, aprendí a hacerlo con la izquierda. Pero ya no necesito escribir. Ya estoy a salvo». Comimos casi sin cruzar palabra y cuando terminamos, pagué la cuenta y me despedí. Una semana después, el editor al que le había ofrecido la entrevista me preguntó si ya tenía la transcripción. Le contesté que, finalmente, había decidido no hacer el trabajo. Le confesé que el escritor era, en realidad, un pobre hombre sin juicio y que su historia no tenía ningún interés. Sin embargo, su novela me seguía gustando. Trataba de la búsqueda de un libro que permitiría al lector viajar en el tiempo. Uno de los personajes, un novelista encarcelado por motivos políticos, comprende que el libro no existe y entonces decide escribirlo. Lo termina justo antes de que fueran a ejecutarle y así logra salvarse. Paradójicamente, escribiendo se jugó la vida y escribiendo la salvó, como sucedía antes, en un tiempo al que nadie querría volver.

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