Solidaridad
Los huertos bolivianos que se riegan desde León
El proyecto de soberanía alimentaria de SED, financiado por la Junta de Castilla y León en Bolivia, ya reverdece en El Alto, a casi 4.000 metros de altitud. La cámara de Luis Canal fue testigo de la evolución de las huertas urbanas que dirigen mujeres y estudiantes en esta ciudad andina
Espinacas, coliflor, brócoli, zanahorias y beterraga, algo parecido a la remolacha de aquí, crecen en las huertas urbanas proyectadas por la asociación SED (Solidaridad, Educación y Desarrollo) en los distritos 7 y 8 del municipio de El Alto.
A casi 4.000 metros de altitud, en esta ciudad nacida del aluvión de migrantes campesinos, las huertas destinadas al autoconsumo y a mejorar la calidad alimentaria de la población reverdecen pese a unas condiciones climatológicas extremas.
«En medio de la desolación, tener un huerto es como un oasis», señala Luis Canal, el fotógrafo que dejó por unos días el trabajo de bombero en León para sumergir su cámara en este proyecto de cooperación que se desarrolla en alianza con la oenegé boliviana Fundación Comunidad y Axión.
Las huertas son sustento alimentario y un punto de encuentro para el vecindario y la comunidad. No son unos huertos como los que se ven por León. Se trata de espacios cerrados cuyas paredes están hechas de adobe —como los que se hacían en los pueblos leoneses sobre todo del sur de la provincia— y se cierran con un techo de plástico, similar al de un invernadero. Este aislamiento mejora las condiciones climáticas extremas de esta zona andina. Las botellas de refrescos llenas de agua y pintadas de negro que se colocan a ambos lados del pasillo central del huerto no son un mero adorno. Tienen la misión de acumular el calor de forma más eficiente para proporcionárselo a las plantas.
El suelo también se mejora. La mezcla de las tierras y abonos que se proporcionan a las familias y comunidades beneficiarias del proyecto —1.400 mujeres y 758 hombres— hace viables cultivos que en las condiciones naturales del terreno no permitirían su crecimiento.
Luis Canal viajó recientemente a Bolivia con Tamara Cabezas y Mar Cordero, de la oenegé SED León, la organización que tutela y ha conseguido la financiación en la Junta de Castilla y León (165.000 euros de 225.000 de inversión total). Cuando aterrizaron en el aeropuerto de El Alto, la ciudad aluvión que ha crecido por encima de La Paz, no se imaginaban que su aventura de cooperantes se cruzaría a los pocos días con un país convulsionado por las acusaciones de fraude electoral a quien ha sido su presidente en los últimos 14 años, Evo Morales. En El Alto vieron a la gente encender hogueras para «protegernos» y fueron testigos de las marchas que emprendieron hacia la capital para defender a quien consideran su presidente legítimo y tuvo que huir por las presiones. También vivieron de cerca las costumbres ancestrales del Día de los Muertos, como ir a comer al cementerio para honrar a los seres queridos que han fallecido.
Un país en el que «los colores brillan por encima de la pobreza» —Bolivia sigue siendo uno de los países más empobrecidos de América Latina a pesar de los avances— y los contrastes entre las tradiciones y la modernidad. Las mujeres con sus vistosas polleras o el teleférico que se ha convertido en un medio de transporte sostenible entre El Alto y La Paz, los pequeños puestecitos de venta que sostienen una parte importante de la economía familiar en las ciudades y la presencia de multinacionales que se anuncian a lo grande... O las mujeres, siempre las mujeres, con las criaturas amarradas a sus espaldas con el aguayo, la mantita de listas y coloridos dibujos.
La experiencia del mal de altura o soroche, que a unas personas afecta más que a otras, también formó parte del viaje cuya misión era ofrecer un taller de fotografía a las personas beneficiarias de los huertos y recoger imágenes para una exposición que recorrerá León, Villamuriel de Cerrato en Palencia y Urueña en Valladolid.
Luis Canal se ha traído en las tarjetas de su cámara más de mil imágenes entre las que tendrá que seleccionar una veintena para esta muestra. «Ha sido muy interesante ver las sinergias que hay entre las diferentes personas implicadas en el proyecto», señaló.
En un huerto que está alrededor de una escuela participan en su construcción y preparación desde los más pequeños hasta los maestros y maestras. Asistieron al techado de uno de los huertos y a la fiesta que se preparó para celebrarlo. Una de las cosas que les llamó la atención es que «hombres y mujeres comían por separado».
Algunas de las cosas que vieron les recordaron a costumbres leonesas, como el ramo o adorno que se pone en el tejado cuando se remata una construcción o «el pique por tener el huerto más bonito». Una vez que consiguen las verduras y hortalizas para la alimentación, las mujeres que son las principales gestoras de este proyecto se animan a plantar flores y árboles para embellecer su recinto.
«Además del orgullo y la ilusión por conseguir su objetivo, hacen comunidad», apuntan. El huerto es un cambio en la forma de vida de estas personas y enriquece la dieta alimentaria demasiado rica en carbohidratos. «Las madres comentaban que habían notado mejoras en el cabello y en la piel de sus hijos», señala Tamara Cabezas.
Además del derecho humano a la alimentación, el proyecto tiene un enfoque de género para promover la igualdad. Las mujeres tienen gran peso de las mujeres en la economía doméstica y en el cuidado de la prole y con el proyecto de las huertas urbanas se empoderan como gestoras del cambio y titulares principales de las pequeñas parcelas que les dona la Fundación Comunidad y Axión con la ayuda española. Se trata de un proyecto a largo plazo en el que trabajan desde 2009 con el apoyo de diversas instituciones. El Ayuntamiento de León también realizó una aportación en anteriores ediciones de las ayudas al desarrollo.