Diario de León
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León

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Saben muy bien los viajeros que todos los caminos conducen a Roma, aunque sea fórmula de escasa eficacia en no pocos casos, como la propia experiencia enseña. El punto de salida y de llegada son necesarios para evitar rodeos en vano, provechosos sin duda. La última vez que viajamos juntos a La Habana nos despedimos en la Plaza de Armas, corazón de la ciudad. Desde aquí salimos hoy, por esas calles atestadas -¿cuántas convergen en nuestro destino?- en busca de otra plaza singular, esencial diría, San Francisco de Asís. Escasos cinco minutos de distancia. La calle que desemboca en la antesala, en la dirección que caminamos, nos conduce rápidamente a la sorpresa de un crucero que lleva allí plantado desde el año 2000 gracias a la donación de Galicia, de tantas raíces y poderío en esta isla caribeña. Fuertes lazos unen estrechamente ambas tierras desde hace siglos. Por citar un solo ejemplo, el Centro Gallego (ya saben qué pasó después, cosa de los caprichos revolucionarios), hoy Gran Teatro de La Habana «Alicia Alonso», arquitectónicamente uno de los iconos de la ciudad. Frente al Parque Central, muy cerquita del Capitolio, en él se estrenó el Himno gallego y aún pueden observarse evidentes alusiones plásticas a la región española. Y la alusión hoy, complementaria del crucero, a Rosalía de Castro con estos versos tan oportunos, reproducidos en una fachada mirando hacia la iglesia: «Adiós, ríos; adiós, fontes; / Adiós, regatos pequenos; / Adiós, vista dos meus ollos, / Non sei cándo nos veremos».

La Plaza, que al viajero se le ocurre llamar hoy la plaza de palomas y esculturas abrazando historia, leyendas y modernidad, se desarrolló mirando hacia la bahía en el siglo XVI para ver atracar los galeones españoles. La circunstancia esencial pervive, aunque, naturalmente, con los nuevos vientos que los tiempos traen. Esa cara del rectángulo hipotético se cierra con la Terminal Sierra Maestra, detrás de la que se muestra esa bahía histórica que hoy recibe cruceros y en la que se ubica el embarcadero de la lanchita que atraviesa hasta Regla. Entre otras posibilidades, que el mar y su entorno siempre resultan un aliento en el camino. Aunque plaza y confluencias están llenas de personajes que dan lustro, seguramente movidos por tantas necesidades, al espacio en que también la arquitectura colonial salta a la vista en el conjunto, restaurado, reconvertido incluso, que se levanta como recuerdo histórico y referencia inevitable de la ciudad. Tres apuntes le parecen imprescindibles al viajero a la hora de singularizar este espacio, que admiten, por supuesto añadiduras y sugerencias. No en el centro de la plaza, como algunos suelen dar por hecho, la conocida como «Fuente de los Leones» –ya me dirá si le provoca algún recuerdo-, donada a La Habana, y no es la única, en 1836 por el hacendado Claudio Martínez de Pinillos, obra del escultor italiano Giuseppe Gaggini, realizada en mármol de Carrara. La inconfundible Lonja del Comercio, sobre cuya cubierta se alza, aérea, la escultura del dios Mercurio, el dios que ampara la actividad de la lonja. El viajero visualiza sobre todo el protagonismo de la iglesia, que da nombre a la plaza, recinto sagrado que, rodeado de palomas de alegrías infantiles, responde hoy a las celebraciones de sala de conciertos y museo de arte sacro. Decía que en este recorrido y cercanos puede encontrarse con personajes que dan lustro, aunque cada cual ha de saber hasta dónde debe y puede llegar. Echadores de cartas, saltimbanquis, floreras coloristas con sus flores y tabacos, pícaros y vendedores de ilusiones, maniseras de cánticos anunciadores con tono clásico para ciertas añoranzas perdidas…Ay, los famosos pregones a los que alude Alejo Carpentier.

Escribí hace un momento que esta plaza llena de sorpresas añade la de las esculturas que abrazan historia, leyendas y modernidad. Además de la de Mercurio, que se pierde en las alturas, anoto otras cuatro. Tenga compasión con este viajero, que, entre tantas dispersas por la ciudad, posiblemente olvide alguna. Añádala, por favor. El orden es aquí lo de menos. Ninguna es de difícil identificación.

Frente a la Lonja luce «La conversación», una obra extraordinaria de Étienne Pirot que alude a la necesidad del diálogo en la sociedad contemporánea. Sorprende su contemplación por el contraste, quizá el diálogo entre lo añejo y lo renovador. Eusebio Leal, el eficacísimo Historiador de la Ciudad de La Habana, la considera una de las más hermosas esculturas del arte contemporáneo. Fue donada en mayo de 2012 por Vittorio Perotta, empresario de éxito, amigo de la institución y enamorado de Cuba. También vive en esta plaza con olor a salitre Federico Chopin. Desde 2010. Un regalo del autor de la obra, el escultor polaco Adam Myjak, a los habaneros, que también desean que el banco en que está sentado el músico y compositor se convierta en un banco de referencia de la ciudad. El banco en que suene la música, posiblemente.

Dos piezas más, al ladito de la iglesia. En el lateral que da a la plaza, la de Fray Junípero Serra: «La Fundación Iberostar dona a la Ciudad de La Habana la réplica de la escultura del artista Horacio de Eguía 1914-1991, cuyo original se encuentra en la Plaza de San Francisco de Palma de Mallorca». Prácticamente en la puerta principal, la estatua de «El Caballero de París», que era gallego, la más querida y una de las más frecuentadas fotográficamente. El personaje más popular y querido de la ciudad –forma parte fundamental de su leyenda-, en la que vivió durante aproximadamente las siete primeras décadas del pasado siglo, un mendigo caballeroso, delicado, elegante y distinguido que regalaba flores a las damas. Dicen que aceptaba solo la caridad del comer de cada día –siempre periódicos y cubiertos con él-. El escultor cubano Villa plasma en bronce la elegancia del espíritu del caballero.

Objetivo cumplido, lo esencial al menos, pendiente el interesado de sus propias notas. No debe olvidar que por estas latitudes amanece pronto y pronto oscurece. Azotan soles y calores en las horas centrales del mediodía. Con estas premisas quizá pueda perderse por la Avenida del Puerto u otras calles de la encrucijada –Oficios, Amargura, Baratillo, Tránsito…- en busca de otras plazas, otros rostros, nuevas sensaciones. El viajero nunca puede perder de vista su propia intuición. Forma parte del viaje.

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