Entrevista
«Que los golfillos del tío Alberto votaran antes de morir Franco sí que fue una machada»
La Ciudad de los Muchachos, obra del leonés Alberto Muñiz Sánchez, Tío Alberto, cumple 50 años en 2020. En una finca de tres hectáreas de Leganés (Madrid) empezó a la levantar, sin encomendarse a las normas vigentes, una obra que ha salvado a miles de niños y niñas de los peligros de la calle en un principio y de la tiranía de la sobreabundancia en los tiempos modernos.
Lo hizo con sus conocimientos de arquitecto con su corazón de artista y con la vocación de servir. En las vísperas de este aniversario que se celebrará sin bombo ni platillo en la Cemu pasó en León, su ciudad natal, unas navidades más junto a la familia. En el Hotel Conde Luna, un lugar entrañable para este hombre que cultiva la ‘amoristad’ por encima de todo, comparece para dar cuenta de este medio siglo. «Cumplir 50 años no es mérito. Sobrevivir 50 años ya es otra cosa», asegura para abrir boca.
—¿Cómo empezó todo?
—Empezamos como los subsaharianos, sin papeles. En tres hectáreas de secano legalizables. Al principio venían y me exigían: ¿Esto qué es?. Yo les hablaba de los niños, que era una misión de gente, no de ventanilla. Intentando salvar a aquellos chavales que iban ya con la jeringuilla.
—¿Y consiguió los papeles?
—He sentido siempre la comprensión de los alcaldes. Primero de la UCD y luego socialistas. No he recibido ayudas materiales, pero sí lo más importante que es la comprensión. Se fueron pasando la patata de unos a otros. No había otra manera de construir, si no era como dice esa frase de ‘asaltar los cielos’. Y construí, aguantando los problemas y los acosos, porque a nadie le gusta que estos niños estén en su barrio. Los vecinos nos cortaban el agua y otros me metieron en un proceso enarbolando banderas de amor a los niños (fue absuelto de abusos sexuales a menores) del que salí airoso pero me costó dos años de lucha. Por eso hablo de sobrevivir.
—¿Cómo es hoy la Ciudad de los Muchachos?
—Ahora la utopía está casi conseguida, al 60-70%, y es un referente educativo. Al principio era una ‘espasmodia’. En aquellos tiempos de ley seca democrática que los golfillos del Tío Alberto supieran lo que eran unas urnas, un candidato y unas elecciones antes que los adultos sí que fue una machada. Y lo sigue siendo ahora. Franco murió cinco años después y cinco años antes mis niños estaban ejerciendo el derecho al voto. Y siguen.
—Dio resultado.
—En principio eligen al que creen que les puede favorecer, pero luego se llevan un chasco. Son como los políticos ‘grandes’. En la oposición incordian al poder pero cuando suben al poder, cambian. Es lo que pasa a los políticos actuales y a Podemos. Una cosa es estar en la oposición y otra gobernar. Mi truco ha sido involucrarles en el poder en su formación. Entonces dejan de ser contestatarios o ‘protestatarios’. Tienen una responsabilidad y eso de exigir que fuera la sopa del primer plato o volver a casa a las siete de la mañana ya no vale.
—Entonces, ¿Podemos dará menos ‘guerra’ en el Gobierno?
—Cambiarán porque tienen que convivir con los poderes fácticos. Tienden a imitar a la casta. De todas formas, yo tengo una gran simpatía por Podemos. Mi ánimo está con ellos, con la idea de repartir y ayudar al pobre, pero es difícil.
—¿A qué problemas hay que atender ahora entre los jóvenes que llegan?
—Hay un cambio. Muchos ya vienen heridos del hartazgo. Los padres no han sabido decir que no a sus exigencias a veces imposibles y cuando no hay nada que hacer les envían al tío Alberto. Yo me encontraba más cómodo con aquellos niños de la carencia, los ‘Pera’ que eran de armas de tomar, pero con un poco de cariño los salvabas. ¿Qué haces con estos? Hijos de arquitectos, de psicólogos... es muy difícil, pero aún así se consigue algo. Hay que cambiarles el chip; no todo es el dinero, hay que ayudar al compañero.
—¿Le recuerda el rechazo que sufrió la Cemu a lo que pasa ahora con los centros donde acogen a menores inmigrantes como el de Hortaleza en Madrid?
—Hortaleza tiene un fallo. No es una Cemu de vasos comunicantes en el que el niño se educa colaborando en el proyecto. La asamblea semanal es vinculante para nosotros y en estos 50 años, el rey, la junta directiva, tutelada por el Estado, no ha tenido que censurar ninguna ley. No sé por qué los padres no usan más ese truco de encandilar a los niños e involucrarles en la formación. La Cemu es la puerta de entrada a la sociedad de estos niños marginales. Los niños que huyen de casa aparecen en la Cemu porque allí saben que son personas de derecho. No pasivas.
—¿Debería darse la mayoría de edad a los 15 o 16 años como dice la Cemu?
—Es una ‘parajoda’ (paradoja) porque los niños no son mayores de edad para votar o para hacer transacciones financieras, pero son responsables si roban. Querida sociedad: hagamos las cosas bien. Hay que definir lo que es un niño: yo conozco algunos de 14 años que son más adultos que uno de 60 que entra en la cárcel. El niño tiene mucho afán de saber, pero poca capacidad crítica para decir que está mal lo que está mal. Los niños no son delincuentes pero pueden delinquir, no son asesinos pero pueden matar.
—Con la cumbre del clima se debatió el papel que deben tener o no los niños. ¿Cómo ve usted el caso de Greta Thunberg?
—Un circo. A mí me hace reír ver a esa pobre niña atravesando el océano en una cáscara de nuez para demostrar no sé qué. Los niños que recogen un papel del suelo, evitan que llegue más basura al mar, las escuelas, los maestros están haciendo algo por el planeta. La Cemu nació con vocación de amor a la naturaleza. El 70% de los artículos de la Constitución del Niño hablan del respeto al árbol, de no manchar para no limpiar y la Cemu está llena de hitos. Todos los árboles tienen su carné de identidad. Ciudad-escuela. Ciudad-enseñante. En 1965 dibujé un póster donde se ve un mar y en el medio un SOS. Estamos en una situación casi irreversible.
—¿La participación favorece la igualdad entre chicos y chicas?
—En la Cemu no ha existido nunca el acoso porque los niños son los que mandan, amonestan... Y si se detecta se lleva a la asamblea y se habla. Sin miedo.
—¿Destacan más los niños o las niñas a la hora de presentarse a representantes?
—Igual. La primera alcaldesa negra la tuvimos en la Cemu y también dos alcaldes ‘menas’, Mohamed y Hassan,, una palabra que por cierto no me gusta nada. Estos niños con la técnica del amor, que es mi técnica y la de Cemu, se salvan. Pero el cariño siempre es sospechoso. Si vemos a un hombre que le da un coscorrón a un niño en la calle pensamos que el niño habrá hecho algo, pero si le da un beso ya es sospechoso.
—Sin embargo, los abusos infantiles son una realidad. Ahí está todo el tema de la pederastia en la iglesia.
—Es terrible y nadie hace mucho por evitarlo. Lo mismo sucede con las letras de las músicas. Mientras hablamos como locos de la defensa de los derechos de la mujeres las niñas están tragando mensajes de sumisión —agáchate que te la meto— y luego nos asustamos de que haya jóvenes violadas y asesinadas.
—¿Y cuál es la solución?
—Lo primero educar. Educar es convencer. Y lo segundo, pedir a las autoridades que pongan límites, lo mismo que hay límites para los horarios de los anuncios que son para adultos.
—¿Usted también necesita a un tío Alberto alguna vez?
—Yo tuve a mi tío Bernardo de guía. Y ahora mi tío Alberto es mi esposa Maia, que está al frente de la Cemu.