Diario de León

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MIL novecientos treinta y seis, jodido año. Se fornicó malamente a mansalva. A diestro y a siniestro. Ese año no es en la memoria del calendario un número propio correlativo, sino una cifra, porque cuando se dice 1936 se quiere indicar una suma, un cómputo, o sea, un precio... de lo que se perdió, de lo que se mató, de lo que se amiserió... y de los kilómetros de trinchera fortificada con hormigón armado (¡¿armado?!) que quedó establecida entre hermanos (¡¿hermanos?!), es decir, entre españoles (¡¿españones!?)... Me tocó presentar un libro sobre ese año y sus elecciones, aquellas que inauguraron el desguace, el desacuerdo, el descontrol y el descerrajarse las palabras como tiros... y los tiros como peladillas en una rebatina... a matarse tocan... o todo o muerte. Suelo respingarme y rehusar compromisos editoriales con la historia revisitada, desentierros, ajustes documentales o incursiones literarias en el coto-filón de la Guerra Civil. Es un asunto tan tremendo, tan cercano y tan hiriente, que en este país se sigue dando la impresión o la certeza de que todos estamos implicados, todos: los supervivientes de la salvajada, los mutilados cerebrales, los que por familia o por ideas se alinearon en la herencia o en la consigna... y los que, sin haber heredado ninguna de la las dos trincheras, están condenados a tener su corazón partido... o helado. La abundante literatura y ensayística que se está publicando con el asunto de esta guerra al fondo -o con su trasunto, su épica, sus silencios y sus cuentas jamás saldadas o sentimientos tan resentidos- suele delatar precisamente eso, que estamos aún implicados o contaminados emocional e ideológicamente. Más que contar, compilar y tratar de entender, estamos todavía en la fase de la justificación, de las farragosas explicaciones... ajustando cuentas y mentiras, no capitulando, no entregando el alcázar... El libro «La elecciones generales de 1936 en León y su provincia» (Lobo Sapiens) lo escribieron Juan M. Martínez Valdueza y Catalina Seco. Admirable trabajo historiográfico. Es un carro de documentación, reveladora en tantos casos. No hay trincheras en él (allá el lector que las excave) y tiene mucho de espejo... de lo que aún no somos (dice el autor que tardará trescientos años en cicatrizar la cosa).

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