Medio Ambiente
El cubo de basura alimentaria se cuadruplica en CO2
La leonesa Beatriz Robles participó en la cumbre del Clima con una ponencia sobre desperdicio alimentario. El 40% de los residuos de comida se producen en los hogares: son 173 kilogramos por persona al año que generan 690 kg de CO2 por persona al año. Cuatro veces más. La tecnóloga y nutricionista aconseja organizar mejor la compra y prestar más atención al etiquetado.
Cada vez que se abre el cubo de la basura para tirar la comida que ha sobrado o los yogures caducados en el fondo del frigorífico hay que pensar en el impacto que esta pequeña acción tiene en el cambio climático. Cada kilo de desperdicios se convierte en cuatro kilos de CO2.
La tecnóloga y nutricionista Beatriz Robles expuso en la Cumbre del Clima de Madrid la dimensión y el impacto ambiental de los desperdicios alimentarios. Según los datos que maneja esta experta, el 40% de los residuos alimentarios se producen en los domicilios particulares.
Esta cifra supone que cada habitante europeo desecha 173 kilogramos de alimentos por persona al año. En una provincia como la leonesa, con 462.566 habitantes, suponen alrededor de 80.024 toneladas de alimentos no consumidos al año. La huella de carbono que generan los desperdicios alimentarios es muy superior a lo que se tira a la basura. «La FAO calcula que los residuos alimentarios generan una huella de carbono de 690 kilogramos de CO2 por persona y año y una huella hídrica de 27 metros cúbicos por persona y año», explica la tecnóloga y dietista nutricionista, que además de impartir docencia en la Universidad Isabel I dedica una parte de su labor profesional a la divulgación.
El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación invitó a Robles a participar en la COP25 en la mesa sobre desperdicios alimentarios. En la ponencia que presentó hizo hincapié «planificar más y mejor la compra de lo que vamos a comer» y en prestar especial atención al etiquetado.
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La experta señala que «hay que tener unos conocimientos básicos» para aprender a distinguir entre fecha de caducidad y fecha de consumo preferente. La primera «se pone en los alimentos más perecederos y tiene que ver con la seguridad alimentaria». La fecha de consumo preferente tiene más que ver con las cualidades organolépticas de los alimentos: olor, textura, etc. «Quiere decir que el alimento puede experimentar cambios pero sigue siendo seguro».
Los huevos son la única excepción. «Llevan fecha de consumo preferente, pero no son seguros si se consumen más allá de esta fecha», explica. La ley establece que los huevos son seguros de consumir durante cuatro semanas.
Beatriz Robles considera que «en general los etiquetados están bien». Las fechas de consumo preferente y caducidad son determinadas por las empresas que ponen los alimentos en el mercado en base a estudios de vida útil.
Sin embargo, ve necesario hacer más hincapié en la educación de los consumidores. «Es un problema a nivel europeo», puntualiza. La planificación a la hora de hacer la compra es la principal herramienta para que las pequeñas acciones del hogar reduzcan sensiblemente la huella de carbono en el planeta.
El impacto de las 80.024 toneladas de desperdicios alimentarios que producen los habitantes de la provincia de León cada año se traducen en más de 319.000 toneladas de CO2. Para reducir esta huella, lo primero, es «ir al mercado con la lista de la compra», huir de las ofertas que llevan el gancho de tamaño familiar o del 2 por 1, que además de producir más desperdicios suelen ofrecerse en alimentos que producen más tasas de sobrepeso y obesidad. «Reino Unido es uno de los países que estudia reducir este tipo de ofertas en productos que son claramente insanos», precisa Robles. Comprar a granel, algo que se hacía antes y que ahora empieza a despuntar en algunas tiendas, es otra de las estrategias para evitar desperdicios.
"Cuando alguien se convierte en un símbolo se le juzga con más dureza"
Aprender a colocar bien los productos en la nevera también tiene su importancia. El método de inventario Fifo —(primero en entrar primero en en salir, por sus siglas en inglés) es el más más práctico. No por evidente hay que dejar de recordar que «se debe colocar lo que caduca antes, delante», subraya. También ayuda a reducir los desperdicios —y por tanto la huella de carbono— «conocer los mejores métodos de conservación»
En la mesa de la COP25 en la que participó también se apeló a la «responsabilidad de los distribuidores y de la administración» para frenar la escalada del desperdicio alimentario.
No saber cómo se produce
Hay más razones detrás de las grandes y graves cifras de la comida que se tira a la basura. «La FAO vincula este desperdicio a que hemos disociado la producción del consumo. Esta disociación también contribuye a que no valoremos lo que cuesta», explica.
Antes se sabía cómo se producían los alimentos y lo que costaba y se valoraba más. Ahora ya no es una broma que haya que explicar que la leche sale de las ubres de las vacas y no de la fábrica donde se envasan los tetrabrick.
El debate se desarrolló en la llamada zona verde de la cumbre, donde no se tomaban decisiones pero se planteaban problemas y soluciones, «nuevas ideas de la sociedad civil que también tienen que ser recogidas por las administraciones».
El grueso de las decisiones, de la zona azul, se referían a las actividades industriales, pero «las pequeñas decisiones tienen un efecto real y tangible en nuestro entorno más cercano y también más allá». El objetivo de estas mesas de la zona verde era que «cada asistente se llevará a su casa una nueva idea para implantar en su vida diaria y trasladar a su entorno».
Beatriz Robles valora que aunque el resultado final de la cumbre fue «decepcionante» por la debilidad de los compromisos, pero «la red que se generó alrededor de la cumbre tiene efecto en la sociedad civil». «Es muy difícil cambiar estructuras tan establecidas y una maquinaria tan impresionante, pero se consiguió que el debate del cambio climático no sea anecdótico, ya está en la agenda política y ha movilizado a la ciudadanía. La gente sabe que es un problema real y actual que no se puede retrasar más», comenta.
Sobre el papel de la adolescente Greta Thunberg tiene ideas contrapuestas. «Entiendo la crítica, pero creo que es desmedida. Se le achaca que su mensaje es simple pero es que tiene 16 años y su bagaje vital carece de grandes hitos. Cuando alguien se convierte en un símbolo se le juzga con más dureza», valora Beatriz Robles.