Diario de León

El amigo leonés de Paul Newman

Nino Moratiel podría haber sido misionero agustino, pero dejó los frailes, se hizo cartero y un buen día se embarcó a Inglaterra. Entre los trabajos que tuvo, los 22 de conserje en el Connagjt Hotel son inolvidables

León

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David Niven, el príncipe Rainiero de Mónaco y Grace Kelly, Ingrid Bergman, pero, sobre todo, Paul Newman, son algunas de las estrellas que Saturnino Moratiel, Nino , conoció y trató en el famoso hotel londinense de cinco estrellas. Un anuncio en el periódico y su dominio del italiano y el alemán, además del inglés y el el español, le abrieron las puertas a un puesto de conserje en el exclusivo establecimiento. en los años sesenta. De Paul Newman tiene unos gratos recuerdos. «Había estado en el hotel cuando se casó con Joanne Woodward, en 1958, y después siempre que iba a Londres se alojaba allí. Yo pensaba que el que más me apreciaba era David Niven, pero después me di cuenta de que fue Paul Newman», comenta Nino una tarde de fiesta en el centro de mayores Miguel de Cervantes de Notting Hill en Londres al que acude con su esposa Rosita Morell. «En una ocasión no quería que le vieran los periodistas salir del hotel. Vino y me dijo: Tú que conoces todos los lugares, ¿cómo me las arreglaría para salir de aquí sin que me vean?». Nino cuenta con orgullo que se convirtió en su cómplice y consiguieron evitar las cámaras de la prensa por los vericuetos del hotel. Le regaló una botella de champán.

Nino y su esposa Rosita . DL

El aprecio que las estrellas de cine tenían por los empleados de este hotel lo mostró la pareja de Ingrid Bergman, la famosa actriz sueca, cuando falleció en 1982. «Nos invitó al funeral a un empleado de cada uno de los departamentos del hotel y allí estuve, en la iglesia de St. Martin de Trafalgar Square», señala.

Saturnino Moratiel llegó a Inglaterra en 1958, con 25 años. Dejaba atrás un puesto de cartero en Oviedo en aquellos tiempos en que el actual hotel Reconquista era el hospicio de la vetusta ciudad. «Cuando se jubiló el administrador, que era de mi pueblo, parece que el que llegó quería dar la vuelta a todo y me llegó a amenazar hasta con cárcel si quedaba sin repartir una calle». Nino, que era un hombre decidido y ya había intentando aprender inglés en Oviedo, puso mar y una excedencia por medio para remediar la situación. «Entré con un permiso de dos meses de aquellos que daban para ir a recoger patatas», relata.

En la finca se encontró a 400 personas de diferentes nacionalidades y, casualidades de la vida, coincidió con dos españoles. de Oviedo, que ya habían ido el año anterior. «Sabía de sobra quiénes eran porque yo les llevaba las cartas», apunta. Ellos le indicaron que para permanecer en Inglaterra debería matricularse.

Nino Moratiel en Hyde Park . DL

Así fue como empezó a estudiar y acabó dominando el inglés, y también el alemán y el italiano. «Estudié toda mi puñetera vida por dos razones: por consolarme y por aprender», explica. El dominio del idioma germano le fue de gran ayuda para optar a la plaza de conserje en el Cannaugt Hotel, situado en la exclusiva zona de Mayfair. «Vi un anuncio en el periódio y pedían como requisitos hablar varios idiomas y tener experiencia en hoteles de cuatro estrellas». Se presentó y cuando contestó en alemán a una de las preguntas, el entrevistador se sorprendió y le preguntó que cuánto tiempo había estado en Alemania: «Dos semanas de vacaciones», le dijo bromeando.

Por entonces trabajaba el hotel Metropol y anteriormente en un restaurante en el que conoció a quien, después de una aventura de auto stop, se convertiría en su mujer. Rosita Morell, una valenciana que también fue a Londres en busca de fortuna. «Nos introdujo una canadiense», recuerda.

Nino y Rosita se casaron en Valencia, en la parroquia que atendía el padre Cástor, un agustino al que tenía en gran estima. Le conoció en Guernica cuando estudiaba en el seminario. «Cuando le dije que no me veía fraile, me respondió que me lo pensara un mes pero que prefería a un buen cristiano que a un mal cura», apunta.

El chaval había llegado a los Agustinos por mediación de su tío Pedro, que llegó a ser provincial de la orden en la provincia de Castilla cuya demarcación llegaba hasta Estados Unidos. Nino fue uno de los chavales del pueblo, algunos de su familia y otros no, que entraron en el colegio de los Agustinos por mediación de su tío.

Aquello de ser misionero no le parecía mala cosa, pero llegó un momento en que vio claro que no había recibido la llamada de Dios. Tuvo que regresar al pueblo, aunque le hubiera gustado seguir estudiando. Solo le quedaba la opción de convertirse en labrador. «La primera cosa que me recordó que ya no estaba en el colegio fueron los zapatos que tenía que llevar para trabajar en el campo. Mi padre le encargó a Arsenio, el zapatero del pueblo y dicho sea de paso mi padrino, pero mientras me lo hacía tuve que conformarme con unos que habían pertenecido a mi hermano Tino. Tenían estos zapatos tantos remiendos que se podía estudiar geografía en ellos: la puntera del pie derecho representaba Cataluña, mientras que la del pie izquierdo podían ser las Vascongadas...».

Esta anécdota y toda su vida contada en primera persona ha quedado negro sobre blanco en el libro Aventuras en la nostalgia: Exiliados y emigrantes en Londres que coordinó la leonesa Lala Isla en un proyecto de recuperación de la memoria de los españoles en la capital británica y que cuajó en una publicación del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales en 2008 con prólogo del prestigioso hispanista Paul Preston.

Nino Moratiel es el único leonés que prestó su voz y su memoria para esta aventura literaria. Su infancia en Sahechores de Rueda, la escuela, el problema de úlceras que sufrió en los ojos y que casi le deja ciego si su padre no le lleva a tiempo a un oculista en León, las merinas que atravesaban el puente en mayo o junio, los aluches, los bolos y otras costumbres de la comarca quedaron reflejados para siempre gracias a la memoria de este leonés.

Uno de los episodios que más gusta de contar es el del tío Ojitos. Tanto o más que su relación amistosa con Paul Newman. «El tío Ojitos era la única persona a quien don Zacarías permitía entrar en la iglesia sin quitarse las madreñas. Su nombre era el tío Tiquio, pero le llamábamos de apodo el tío Ojitos porque cuando cogía un catarro le lloraban mucho los ojos. Su frase preferida era: milagro patente, la burra en la cuadra y no se ha salido».

De Don Zacarías, que era de Sabero, cuenta que durante la guerra civil fue indultado por los mineros que aparecieron por el pueblo y que posiblemente gracias a que le conocían tampoco hicieron daños en el templo.

La experiencia de la mili y la idea de salir del pueblo en busca de otros horizontes y otro oficio también se refleja en sus memorias. Nino vio en otros emigrantes que venían al pueblo desde Cataluña o el País Vasco el ejemplo a seguir. Recuerda que les escuchaban y les miraban boquiabiertos.

A él le surgió la oportunidad de ser cartero, aunque a la primera no lo consiguió. Pero a la segunda se fue a Oviedo y de ahí a Londres. Allí nacieron, se criaron y trabajan su hijo Johnny y su hija Rosa María. «Para uno que podía estar en Sahechores viendo correr lagartos entre centeno, parece que no lo hice mal...».

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