Diario de León

La foto que tiembla entre tus manos

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León

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josé enrique martínez

Autor de los poemarios Las lágrimas del pato Donald (2012) y Todo lo que sé del viento (2013), Ángel Fernández (León, 1963) recibió un accésit de premio Gil de Biedma por La huerta de los manzanos, una de cuyas citas iniciales, de J. R. Jiménez reza: «Nada más fuerte que la delicadeza exacta». Es una cita oportuna, porque en el poemario del leonés resalta la delicadeza de los sentimientos, acompasada con los recuerdos del afecto.

El poemario se centra en el tiempo de la niñez en un espacio rural. El poeta nació en 1963 y desde el presente vuelve los ojos a los años 60 y 70 del pasado siglo en la cuenca minera de Sabero para ensoñar un ámbito del recuerdo cuyo eje puede ser La huerta de los manzanos que da título al libro. El primer poema sitúa al poeta ante una foto antigua que aviva sus recuerdos. En ella está reflejada su madre-niña: «No hace falta que tengas todo el tiempo en cuenta que es tu madre, / ni su edad, ni la tuya». Son dos niños ahora, en una conjunción de tiempos propia de la ficción o de la imaginación. Otras fotos, más adelante, establecerán el contraste del padre joven y bello en una foto amarillenta y del padre viejo, «con las huellas terribles de la vida marcadas en su rostro» en una foto ya en color.

El poemario cierra con una foto final de los abuelos, como si el tiempo se condensara en el presente del poeta por el que han pasado el tiempo y la fuerza de los recuerdos que casi le impiden respirar de emoción. Lo familiar no es ajeno a la dureza de la vida en el valle, con continuas alusiones a la nieve, a aspectos de la niñez como la escuela y los juegos, y sobre todo a la mina y los mineros, al trabajo, la silicosis, las cantinas tenaces acompañadas de las cartas, el coñac y el cigarrillo; pero también a las mujeres de los mineros, en contraste con las señoritas de los ingenieros.

El poemario es, por lo tanto, un retorno a la niñez desde la memoria, un retorno imaginario y sentimental: «Se canta lo que se pierde» (Machado). No creo, sin embargo, que el poemario muestre «el hastío y la soledad que definen los tiempos actuales en contraste con la fascinación del mundo rural antes de ser vaciado». Como lector no me ha llegado tal deslumbramiento, sino más bien la pesadumbre que suscitan unas vidas marcadas por el trabajo y la falta de horizontes más allá del valle; una dureza que, por cierto, el poeta en ningún momento trata de endulzar o mitigar.

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