Diario de León

LECHUGAS AL SOL ELÉCTRICO

El escaso suelo cultivable de Japón ha agudizado el ingenio de los ‘hortelanos de salón’ que cultivan en huertos electrificados

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La carencia de suelo cultivable y la despoblación rural obligan a Japón a aguzar su ingenio agrícola. Por todo el país proliferan las ‘fábricas de verduras’ en las que las lechugas se cultivan con luz artificial, técnica pareja a la de los cultivos ilegales de marihuana. Estos huertos electrificados, interiores y automatizados, situados en las inmediaciones de las atestadas ciudades japonesas, ofrecen la producción que no dan unos campos abandonados y azotados por repetidas catástrofes naturales.

Japón cuenta hoy con unas 200 fábricas de lechugas con soles eléctricos. Casi todas son pequeñas, pero la consultora Innoplex calcula que serán 400 en 2025. Las lechugas son fáciles de producir en condiciones artificiales y sus tecnificados ‘hortelanos de salón’ esperan cultivar fresas, tomates y otros productos con sistemas informatizados.

Nada hace sospechar que en el interior de un anodino edificio de la empresa Spread en una zona industrial entre Kioto y Osaka, al oeste de Japón, se cosechen unos once millones de lechugas al año—30.000 al día— con solo 25 empleados. En una acristalada y aséptica sala plagada de interminables estanterías, los robots trasladan las lechugas de un sitio a otro las 24 hora del día. A tenor de su crecimiento se mueven a zonas con condiciones de luminosidad, temperatura e hidrometría adaptadas a cada fase de crecimiento. Un milagro botánico e hidropónico que se produce sin tierra ni pesticidas. Basta con agua enriquecida con nutrientes y potentes reflectores eléctricos.

Japón y Dinamarca iniciaron hace décadas el desarrollo de estos huertos con ‘soles artificiales’. Gigantes tecnológicos como Panasonic, Toshiba, TDK o Fujitsu probaron la aventura verde, convirtiendo factorías de semiconductores en ‘campos verticales’ para los que crearon eficientes tecnologías. Pero fue Spread, cuya matriz era una empresa de logística de productos frescos, la firma que rentabilizó el negocio.

«Hubo dificultades para vender las primeras lechugas, pero fue relativamente fácil crearse una imagen de marca y atraer a la clientela, ya que podemos producir calidad al mismo precio todo el año», ha explicado a la AFP Shinji Inada, jefe de la empresa. «Tenemos pocas pérdidas», dice ufanándose de unas lechugas que se encuentran con facilidad en los supermercados de Kioto y Tokio y que se conservan frescas bastante tiempo.

Afinar el sistema ha necesitado años. La factoría de Spread más antigua, en Kioto, produce 21.000 lechugas al día con 50 trabajadores que realizan «la dura labor», según una empleada, de trasladar las plantas. Inada admite que pensó en la pertinencia ecológica antes de lanzarse al cultivo, impulsado «por la falta de mano de obra, la baja rentabilidad del sector agrícola y la caída de la producción». No en vano, la media de edad de los agricultores japoneses es de 67 años.

«Utilizamos más energía en comparación con los cultivos al sol, pero a cambio tenemos una productividad mayor en una superficie similar», justifica. No hay estaciones en los campos verticales, que producen ocho veces al año la misma especie de lechuga y reutilizan el 98% del agua en circuito cerrado, cantidad mínima si compara con los cultivos tradicionales.

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