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Ojo al guarda, paso sin tren

A veces, más de las que imaginamos, pasan cosas al otro lado del Manzanal. Lila Downs actuará en el Teatro Bergidum. Y oiremos en ‘Clandestino’: «Si no peleamos por los niños, ¿qué será de nosotros?».

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León

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Esa canción de Lila Downs, Clandestino, habla de las maldiciones de las migraciones. Y canta a las personas y a las penas desde el corazón de indígena mexicana que hay en ella por parte materna y también desde el pedazo estadounidense, que anida en sus orígenes paternos y vivencias en el país al que los antepasados de Trump arribaron, como casi todo el mundo, como migrantes.

Llegaron sin papeles y sin oficio, condenados por la moral anglicana o atraídos por la fiebre del oro. Todo era posible en América. Ahora no. El nieto de Friedrich Trumpf (con ‘f’, sí), un señor que llegó de Bremen y abrió hoteles y burdeles en Alaska, gasta el dinero público en levantar muros, separar a las madres y padres de sus hijos e hijas y sembrar el odio asesinando a ‘enemigos’ como el general iraní Soleimaini.

Esta semana una mujer dio a luz en una patera. Y el bebé murió. Podemos fabular casi sin temor a equivocarnos. La realidad deja poco lugar a la imaginación en el teatro diario de la vida. Es poco probable, aunque podría darse el caso, que saliera de su casa embarazada. Es más que posible, aunque podamos equivocarnos, que aquella mujer afrontara una larga travesía por la piel seca de África. Pudo haberse prostituido para conseguir llegar a su destino o pudo haber sido violada.

En el mejor de los casos, supongamos que se había embarcado con su marido. Da igual. Mientras los paritorios de los hospitales cada vez oyen llorar a menos bebés en provincias como León, en el mar se extinguen los gemidos de una madre pariendo y un niño muriendo. Sabemos que otra ha abortado y nos llega el eco de un crío muerto en el tren de aterrizaje de un avión, en París, que volaba desde Costa de Marfil. Solo noticias.

La inmigración es el útero de Europa. España crece gracias a la llegada de migrantes. Madrid rebasa los 6 millones de habitantes con el músculo migratorio allende del mar y de las provincias del interior menguadas a fuerza de silencio y compadreo político con los nacionalismos de los que ahora hacen ascos los guardianes de la patria.

A León, tierra que fue conquistada, pero sobre todo conquistadora, no llega ni el impulso de la sangre extranjera. Llegan los trenes a trancas y barrancas. Aves que migran y mudan por Alvias. Y eso es casi lo de menos. Lo peor son las estaciones fantasma donde ya no dan billetes y no hay viajeros que suban al tren. Porque no hay tren. Vuelan todos al mediterráneo, señorías.

De pequeña jugábamos a leer al revés el cartel del paso a nivel cuya leyenda aparecía en forma de aspa: ‘Ojo al guarda. Paso sin tren’. Nos reíamos con la ocurrencia. No imaginábamos que aquello sería la puritita y cruda realidad tal día como hoy a la misma entrada de León.

Hay que vigilar a los guardas. Y ahora toca hacer de martillo pilón al supergobierno de Sánchez para que las personas y los territorios más vulnerables sean protagonistas de la tierra prometida en la ajustada investidura. El voto de Aina Vidal, la diputada de Unidas Podemos que acudió a la sesión final a pesar de estar gravemente enferma, y del diputado de Teruel Existe, Tomás Guitarte, fueron tan decisivos (y sobre todo simbólicos) como la abstención de ERC, con el exabrupto final de la señoría Montse Basa.

El PSOE y Unidas Podemos, el Gobierno de coalición de izquierdas que hace historia y sienta después de 80 a dos ministros comunistas en el banco azul con normalidad democrática, van a tener que hilar muy fino y hablar mucho, como en los filandones de antaño, para que la España más justa que pintaron se vea. Y para que horizonte de León deje de ser parte de esa parte de España que importa un comino a la política de ‘altura’ desde tiempo inmemorial.

Por de pronto, a Lila Downs la podremos ver y escuchar en mayo en el teatro Bergidum de Ponferrada. A veces, más de lo que imáginamos, pasan cosas al otro lado del Manzanal.