Diario de León

HACIA LAS MONTAÑAS DE LA SABIDURÍA

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Reconozco que conducir nunca me ha atraído de manera especial. Así y todo, por razones de querencia en la mayoría de los casos, de cierta obligación en otros, recorrí esta provincia en las cuatro direcciones de los puntos cardinales sobre todo en aquel viejo y entrañable Seat 850 verde que en gloria esté. Después, de otras mil maneras, a lo largo de cuatro décadas. Tiempos maravillosamente intensos. Cuando los recuerdo ahora, el recuerdo inevitable de tantos libros esclarecedores de pueblos y comarcas, entre los que no faltaron los reportajes publicados en Proa por un extraordinario periodista, Álvaro Linares-Rivas y Luceño, con imágenes fotográficas de otro ilustre, César Andrés Delgado, después reunidos en libros: León, norte, sur, este, oeste, Perfiles de León, León, tierras de andar y sentir… Entonces el tiempo que devoraba kilómetros por malas carretera se consumía entre curiosidades: quién era del pueblo que atravesábamos, qué destaca en tal otro, cómo se llama el río que discurre por nuestra izquierda, a qué se dedican las gentes de la zona, qué personalidades habían visto la luz por ciertos pagos… y un etcétera lo suficientemente completo como para entretener la monotonía de la carretera. Repetimos hoy, entre sonrisas cómplices, la misma historia, servidor, al volante, y Elena, compañera de viajes y del viaje de la vida. Estamos en Mansilla de las Mulas. Dirección al pantano de Riaño, nuestro destino es Lois, en las montañas incomparables de la sabiduría, acompañados siempre por el agua como orientación y como gozo. Apenas ochenta kilómetros.

La verdad es que el trayecto está lleno de esas curiosidades-pasatiempos a las que aludí, otra forma de conocer y comprender el territorio. Da mucho de sí. Tanto, que en un periquete estamos en Cistierna. Un café siempre (me) viene bien. Ya es aquí definitiva y sustantiva la montaña, aunque irá creciendo en suntuosidad y belleza a partir de ahora hasta convertirse en un paisaje de espectáculo. Nombres de pueblos con sonoridad fónica e histórica, que se va perdiendo, la segunda sobre todo, por supuesto, porque el silencio se apodera de sus calles como la yedra espontánea pero traicionera. Poco después de pasar Crémenes, cabecera municipal, a la izquierda, se abre un valle de estrecheces pero de inusitada belleza, moteado por cuatro pueblos que le dan la escasez de sus gentes: Valbuena del Roblo —la romería septembrina de Nuestra Señora del Roblo tiene amplias raíces—, Salamón, Ciguera y Lois, donde el camino cierra su trayecto, acompañado en este tramo último de angosturas por el río Dueñas, que nace en Bioba, en los límites de sus territorios, y desemboca en las campas de Vegalión (Las Salas), conformando en su cauce este afluente del Esla uno de los valles más atractivos de la provincia leonesa. En algunos tramos cercanos a la población un artista cuyo nombre me da rabia no recordar ahora embellece el entorno fluvial con curiosas filigranas pétreas.

Estamos en Lois, un hermoso anfiteatro entre la postal y la armonía, que guarda buena parte de la memoria, sobre todo de la educación y la sabiduría de tiempos pasados, que, dado su aislamiento, hoy parece casi tan inexplicable como cierto. Uno de los rincones leoneses que es necesario conocer. Absolutamente necesario, diría. No me resisto por ello a transcribir un texto que reproduce otro libro fundamental, León, pueblos y paisajes: «En uno de los repliegues más laberínticos de la provincia leonesa se esconde un pueblín, de reducido vecindario, pero que conserva la huella de su grandeza pretérita, no igualada por villas de renombre. La naturaleza es allí pródiga en bellezas. Cumbres pardas en las que asoman erosiones blancas de las areniscas; picos altísimos de calizas tapizadas de pradería ubérrima; cresterías caprichosas en las rocas; canalizos pindios, laderas vestidas de césped, arroyos saltarines salpicando con espuma las flores de la orilla; grutas misteriosas en las que las aguas cantan la eterna sinfonía de una vida que busca salir de las tinieblas para reflejar, como un espejo, los rayos del sol; cuestas en donde los ribazos sostienen las tierras de pan-llevar; prados riquísimos, huertas amenas, hayedos umbríos en donde las cabelleras de los árboles sorben toda la luz solar, que no logra posarse sobre el suelo blando, cubierto de follaje. Y por si esto fuera poco, entre el caserío humilde, la exuberancia de un arte exquisito. Palacios con balconaje de robusta herrería; portadas hermosas, sobre las que campean escudos nobiliarios de las más rancia estirpe leonesa; fachadas de sillería finamente labrada; casas solariegas de hidalgos y nobles que llevaron por las rutas de España y de América los nombres gloriosos de Obispos, Oidores, Inquisidores y Militares…».

Se pueden concretar fácilmente los elementos descriptivos. En el caso del paisaje, simplemente contemplándolo o caminándolo aunque sea parcialmente. El resto, paseando el pueblo, muy cuidado. Están señalizadas en cartelas explicativas las referencias más notables, que, desde su parte alta, se van sucediendo conforme señala otro libro clásico, de Marta Prieto Sarro, Lois, la cátedra de la montaña. Son buena compañía para el viaje, y para cualquier otro momento, los libros. No lo olvide. La Escuela de primeras letras, fundada a principios del XVIII —los siglos XVI al XVIII pueden considerarse la época dorada de Lois—, restaurada en 2001, almacena buena parte de la memoria. Siguen, en el orden referido, las casas de los Rodríguez Castañón, los Álvarez, los Álvarez Acevedo, la Cátedra de Latín. Esta, con mucho prestigio durante siglos, es históricamente un referente cultural de primer orden, cuna de sabiduría, que no en vano es «La Universidad de la Montaña», en la que se formaron centenares de hombres eminentes de la ciencia, las artes, las letras –dos académicos: Alonso Rodríguez Castañón (1714-1725) y Pedro Manuel de Acevedo (1721-1734)—, la religión… En estado lamentable, conforta saber que ya tiene partida para el inicio de su restauración. Seguimos por la Casa del Humo, ejemplo de arquitectura tradicional, que carece de chimenea y por ello el humo se filtra a través de la techumbre vegetal, llamada «cuelmo», formando una capa de sarro negro y brillante que cubre el interior. Se cierra este itinerario básico y esencial con la iglesia y la Casa de los Álvarez Reyero. La primera, «La Catedral de la Montaña», de notables proporciones, fortalece su belleza con su caliza rosácea. Las vistas desde el campanario no dejan lugar a la indiferencia.

Sí, hay casas rurales para dormir. Y para comer con la garantía del buen hacer. Recuerdo aún el último cocido de aquí te espero. Recuerdo, sobre todo, la satisfacción que me produce regresar a Lois. Uno espera quedar impregnado de ese aire misteriosamente distinto y fecundo. Déjese llevar. Disfrútelo.

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