El último glaciar
Es una reliquia de otros tiempos, en los que León estuvo cubierto de hielo y lleno de glaciares. Han desaparecido. Solo queda uno, convertido ahora en helero, el último rastro de hielo glaciar de León. Así se derrite el Trasllambrión.
Es el último glaciar de León. El último resto de hielo glaciar de la provincia. Una masa menguante, la última reliquia de un tiempo de hielo. Un vestigio que se mantiene al norte, por debajo de la segunda cresta más alta de la provincia, 2.647 metros, apenas un par menos que Torre Cerredo.
En realidad, ha quedado reducido a un helero. Una especie de glaciar muerto, sin movimiento, sin lengua, apenas un rastro de aquella masa de hielo por encima del límite de las nieves perpetuas que se deslizaba lentamente en pleno macizo de Los Urrieles. Debió tener 500 metros de espesor y una lengua de 6 kilómetros de largo y casi uno y medio de ancho. Ahora, el cuerpo de hielo estratificado es apenas una placa adosada a la pared a 2.450 metros de altitud.
Es el Trasllambrión. Junto con el Jou Negro —en Asturias—, los dos últimos restos de un pasado que trazó el imponente paisaje de los Picos de Europa. Nada queda ya del de La Palanca, extinto, ni de La Forcadona. Quizá haya aquí hielo enterrado bajo derrubios, pero no es visible.
Ha bastado un siglo para que la nieve caída durante siglos y transformada en hielo, presionado por el peso y acumulado en estratos, esté al borde de la desaparición. Y que el hielo de la última glaciación apenas ocupe el 3,2% del núcleo glacial, del corazón helado del Trasllambrión.
Ha bastado un siglo para que el hielo de la última glaciación apenas ocupe el 3,2% del corazón helado del Trasllambrión
Una muestra de cómo fue León, tierra de glaciares. Estaban en todas las zonas montañosas. Algunos, de gran tamaño. Como el del Sil, que llegó a tener 40 kilómetros y fue uno de los más grandes de la Península Ibérica. Hoy, de ese complejo glacial, queda el rastro del valle en forma de u, bloques dispersos, morrenas y lagunas. Había también glaciares en Peña Prieta, en Viadangos, en pleno Pajares, Ancares, Omaña, la Cabrera y el Mampodre, quizá el mejor ejemplo de paisaje conservado.
Al Llambrión lo alimentó el frío de la Pequeña Edad de Hielo, entre los siglos XV y XIX, un entretiempo gélido en medio del periodo cálido del Holoceno, en el que estamos inmersos. Se sabe además que durante la conquista de los romanos, las legiones no encontraron ni un solo tramo de hielo. Fue, dicen, un periodo aun más templado que el que vivimos ahora.
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Lo que queda del antiguo glaciar de Trasllambrión, convertido ahora en un helero con una pared prácticamente vertical. JAVIER SANTOS GONZÁLEZ
Todo lo que ha pasado está grabado en la Tierra. Las grandes formaciones, las imponentes moles de piedra y también señales más diminutas, una especia de estrías, de arañazos en el terreno. Donde los pueblos cuentan leyendas y caminantes y escaladores apenas ven nada, ellos leen el pasado. Son cuatro geógrafos, dos hombres y dos mujeres, profesores del departamento de Geografía y Geología de la Universidad de León. Amelia Gómez Villar, José María Redondo Vega, Rosa Blanca González Gutiérrez y Javier Santos González llevan años analizando el retroceso del hielo. En los picos más altos y el que está enterrado en simas. Forman parte del Grupo de Investigación Geomorfología, Paisaje y Territorio (Geopat) de la ULE.
Cuentan que al Llambrión subió por primera vez el geólogo Casiano de Prado, el ingeniero de minas Joaquín Boguerín y cinco compañeros de cordada más. Fue el 12 de agosto de 1856. Creían entonces que era la cumbre más alta, quizá porque a ella se han agarrado de siempre las nubes y han caído las primeras nieves del invierno. Entonces, no se habían hollado aún las crestas más formidables de los Picos. Ni Torre Cerredo, ni Peña Santa, ni el Picu Urriellu, el mítico Naranjo de Bulmes.
«Resolvimos pues efectuar la ascensión por la umbría, aunque el camino es bastante más largo», narra Prado.
El itinerario escogido por Casiano Prado les lleva directos al glaciar situado en la pared norte del circo del Trasllambrión, que se ven obligados a superar con grandes dificultades.
«Cuando la pendiente comenzó a hacerse demasiado fuerte, dispuse que uno fuese delante, haciendo peales con un martillo, pues si alguno se escurriese no se sabe dónde iría a parar», cuenta el geólogo.
«Habiendo sido el anterior invierno uno de los de menos nieve en todo este siglo, la que tenía a la vista podía proceder de una época bien remota». La narración de Prado es el primer documento escrito de la existencia de glaciares en Picos de Europa.
«Lo que se está perdiendo es un patrimonio natural, geológico y paisajístico de incalculable valor», dice el profesor Javier Santos.
Sus estudios permiten una reconstrucción climática que ha quedado grabada en las rocas, una especie de lupa histórica con la que se pueden leer tiempos tan pretéritos que llegan hasta hace 60.000 años.
Santos y sus compañeros de la Universidad de León reconstruyen paisajes interpretando montañas y valles, cerros y circos, lagos y lagunas, y piedras que llevan siglos en el mismo lugar, que generaciones de vecinos han conocido inmóviles allí y que son producto del arrastre, de la potencia de una lengua glaciar. Una explicación científica al paisaje que contemplamos. A la laguna de Villaseca, el lago Truchillas, los valles de Fornela, Curueño, Lechada, el circo del Cebolledo... Gran parte de ese conocimiento se debe al profesor Juan José González Trueba, que ha estudiado en profundidad los glaciares de Picos de Europa.
Hace 60.000 años, el paisaje de León era lo más parecido a Islandia. Casi todo cubierto de nieve, sin árboles, con vegetación exigua, todo a base de líquenes. Después, el clima templó y a ese mismo paisaje subieron los pinares primero —queda como muestra la belleza del de Lillo— y luego hayas y robles.
Ahora, «se está asilvestrando», describe Javier Santos utilizando un término de Alipio García de Celis, otro geógrafo leonés, de la Universidad de Valladolid, que estudia también el paisaje de la provincia.
Es la gran transformación por los cambios de uso del suelo. Está patente en fotografías aéreas desde 1956, las primeras que se conservan. Después de siglos de un paisaje moderado por el hombre, se abandona el suelo rural y se deja paso a la naturaleza. Crecen los bosques, nuevas oportunidades para unas especies, el declive para otras. Una ocasión para algunos territorios, millones de hectáreas de las zonas más frías del planeta que se fertilizarán con el calentamiento global, y deterioro para otras. Son las consecuencias de un cambio climático acelerado por la acción del hombre.
León no bebe del agua de los glaciares, como le sucede a la Patagonia, donde el derretimiento del hielo es una catástrofe ecológica, pero pierde una referencia. Más acelerada en los Pirineos, estancado en Picos de Europa.
En el helero del Trasllambrión, el tiempo congelado, grabado en hielo, se derrite. La última reliquia glaciar de León está en peligro de extinción.
Sociedad
«Los últimos glaciares de Europa crecieron por un calentamiento global. Los cambios pueden ser impredecibles»
Susana Vergara Pedreira