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Las invenciones de Luis Mateo

«La alternativa de la desgracia es la escritura»

Luis Mateo Díez publica ‘Invenciones y recuerdos’, donde reúne 20 relatos de ambas tonalidades

León

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El editor Héctor Escobar soñaba con publicar un libro de Luis Mateo Díez. La profesora de la Saint Louis University Ángeles Encinar, una de las mayores especialistas en la obra del escritor y académico leonés, tuvo la idea de reunir un conjunto de relatos representativos de su obra. Y el creador de Celama guardaba inéditos que no habían encontrado ‘encaje’ hasta entonces en ningún libro de relatos. De esta triple conjunción surge Invenciones y recuerdos (Eolas).

Se trata de una veintena de novelas breves o relatos derivados de la imaginación y de esos mundos peculiares de Luis Mateo —ni el propio escritor quiere encorsetarlos en un género— que compendian la teoría estética, el arraigo y la memoria de las cosas que el autor de La fuente de la edad ha desplegado a lo largo de su extensa producción literaria. «Me llevaré una sorpresa cuando lo lea», afirma Luis Mateo, que no suele regodearse en sus libros, porque siempre está embarcado en una nueva aventura literaria. También hay pasajes de su infancia, de su experiencia de la oralidad, así como recuerdos familiares y «retratos muy especiales de seres para mí muy queridos, desde perspectivas peculiares. Hay unos relatos de la voz de mis tíos y cómo un niño recuerda, no ya las palabras, sino las voces».

El libro incluye un largo análisis de Ángeles Encinar sobre la obra del autor de La soledad de los perdidos. «Es uno de los mejores estudios que han hecho sobre mi obra», asegura el escritor. Para Luis Mateo, este libro quedará en el futuro como «un punto de reflexión y de memoria» de un creador que supera el medio centenar de títulos. Invenciones y recuerdos rescata textos «extraviados» de un escritor que admite ser «muy desordenado». Incluso, recupera relatos de un libro descatalogado —Las palabras de la vida— del que ni el autor conserva un ejemplar.

‘Invenciones y recuerdos’, el nuevo libro del escritor leonés luis mateo diez, nació por una  suerte de casualidades que parecen sacadas del argumento de esas historias que  transcurren en sus ciudades de sombra. Un libro atípico y peculiar que reúne 20 relatos, entre inéditos y textos perdidos.

Tras el barojiano título de Invenciones y recuerdos el leonés que ocupa el sillón ‘I’ de la RAE pone a salvo «cosas olvidadas» en esas dos tonalidades. No piensa que este libro sea un texto para «vagos» que piensen aproximarse, a través de este compendio, a sus Ciudades de Sombra y a esos héroes del fracaso que pueblan sus historias. «Espero que guste más a quien me ha leído», dice.

Al final —sostiene— las dos partes de Invenciones y recuerdos «tienen una unidad», de forma que «no es un libro caprichoso de cosas sueltas, sino que está muy bien armado». «Las invenciones están más allá de los cuentos, pero son de ficción y están hechas desde la imaginación. Y los recuerdos son relatos de la memoria, muy variados y donde hay también algunas divagaciones, no ya de memoria familiar, sino también de los elementos que me han movido a la escritura. En esos recuerdos no hay mucho de confesión, sino más bien de reflexión». «Sería maravilloso que los recuerdos parecieran invenciones y las invenciones recuerdos». En los textos más ensayísticos está su teoría de la narración, el compromiso entre la vida y la escritura, la experiencia y la imaginación y la realidad y la fantasía. «Sí que es un libro peculiar».

Tanto la forma en que se fraguó como la elección de la cubierta parecen fruto de sus fabulaciones. Las seis imágenes de un joven Luis Mateo que aparecen en la portada las tomó el fotógrafo leonés Manuel Martín —a quien está dedicado el libro— en los tiempos en los que el autor de El hijo de las cosas comenzaba a publicar en la mítica Claraboya. «Tenía veintitantos años y Martín nos hizo las fotografías a mí y a Agustín Delgado, a José Antonio Llamas y a Ángel Fierro para un número especial de la revista». Recientemente, Martín le regaló aquellas fotos «maravillosas» en las que Luis Mateo dice de sí mismo que parece «un escritorzuelo», con una bufanda y unas «gafas de concha abusivas». «En aquel momento éramos inéditos, pero yo ya me sentía escritor, aunque las pretensiones vinieron más tarde, cuando Alfaguara decidió publicar Las estaciones provinciales. El libro fue finalista nada menos que con Un día volveré, de Juan Marsé. Al final, el Premio de la Crítica lo ganó ese año (1982) Juan García Hortelano con Gramática Parda. Yo no les conocía por entonces. Sé que Hortelano fue muy responsable y avaló mucho la publicación de Las estaciones provinciales», recuerda el académico leonés.

Luis Mateo acaba de meter en el refrigerador, como él dice, su última novela. Ahora tendrá que pasar un año o dos antes de que decida descongelarla, porque no es complaciente con su obra. Y es posible que a finales de año publique otra. «No tengo urgencias. El tiempo me hará escritor póstumo, aunque creo que seguirá habiendo libros míos por mucho tiempo».

«Escribo para vivir, no por la subsistencia, porque soy un honrado jubilado. La alternativa de la desgracia es la escritura», afirma el autor de Juventud de cristal, libro con el que es finalista al Premio de la Crítica de Castilla y León. Escribe todos los días porque le satisface, porque publica, porque tiene más de un editor y porque no tiene que «forzar la máquina». Lo que nunca ha abordado es un asunto tan resbaladizo como la felicidad, que para él es la tranquilidad y la satisfacción, no más. El autor de Fantasmas del invierno confiesa que la vida le ha convertido en un administrador de la desgracia.

Le preocupa «la poca lectura» que percibe alrededor, especialmente, entre los jóvenes, aunque «el destino de los libros no puede angustiarte». «Tampoco hay que ser exageradamente pesimista cuando tienes 78 años».

Y, aunque también le llegan wasap que son un atentado a la lengua, se muestra condescendiente. «La lengua es del pueblo y la RAE es el notario, pero no el que apunta con una pistola a quien la incumple. Asimismo, la lengua también le debe mucho a la Academia, que siempre ha tenido mucho cuidado para que existan normas adecuadas y ha luchado por una conciencia común del español».