Diario de León

UN CANAL PARA BUQUES TIERRA ADENTRO

Está en mitad de Madrid, a cientos de kilómetros del mar. Y, sin embargo, tierra adentro se prueban barcos, cruceros, buques de guerra... En un canal como seis piscinas olímpicas.

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Los domingueros que acuden cada fin de semana a la localidad madrileña de El Pardo no reparan en una larguísima nave de ladrillo de los años 20. Flanqueada por enormes pinos, esconde una joya de la ingeniería española: un canal de aguas cristalinas en el que se prueban, a escala, mercantes, buques de guerra o barcos olímpicos.

Es el Canal de Experiencias Hidrodinámicas (Cehipar), construido en 1928 y que convierte a España en uno de los cuatro países europeos capaces de probar con tanta precisión embarcaciones y sus hélices para garantizar que, una vez construidas, rendirán al máximo y consumirán lo mínimo.

En sus instalaciones, dependientes del Ministerio de Defensa, se construyen las maquetas en madera o resina y se colocan después en el agua, sostenidas por una enorme grúa que recorre todo el ancho del canal y que transporta el barquito de un lado al otro a distintas velocidades, con o sin olas.

Las pruebas periciales del Prestige para averiguar si pudo chocarse con algún objeto antes de derramar crudo al mar, la flotabilidad del Tina Onassis —considerado el primer petrolero gigante y botado en 1953 en Alemania—, los test del yate Fortuna del rey Juan Carlos o del superpetrolero Arteaga, fletado en 1972 en Suiza, fueron algunos de los hitos de este canal.

Pero en sus aguas también se han probado barcos deportivos como el velero Acciona 100% Ecopowered que dio la vuelta al mundo, el Desafío Español de la Copa América o la piragua del olímpico David Cal.

En este último caso, explica Enrique Molinelli, responsable de ensayos externos del centro, incluso se propuso al medallista un nuevo diseño de piragua que decidió no usar pero que llevó a las competiciones para despistar a sus rivales en una suerte de guerra psicológica. «Ahora tienden a ese modelo», añade orgulloso.

Molinelli muestra sus dos canales junto con el capitán de navío Indalecio Seijo, jefe del centro. En el más grande y antiguo, de 320 metros (seis piscinas olímpicas y media) y construido en 1928, los operarios enganchan el barco a escala a la base de la grúa en el centro del canal —de 12 metros de ancho—, se ponen a los mandos y arrancan con él.

Un sonido agudo acompaña en el recorrido de punta a punta de la piscina, que dura unos minutos, mientras todo tipo de sensores calculan cómo responde el casco, pintado siempre de amarillo para facilitar la medición, y hasta dónde le llega la ola a diferentes velocidades.

Todo sobre un agua cristalina sin tratar con químicos. Y es que en la nave apenas entra luz, es como si se tratara de un río subterráneo donde no hay fotosíntesis, aclara el ingeniero naval Eloy Carrillo mientras avanza la maqueta.

Junto a este enorme canal se construyó en los años 50 del siglo XX otro de 150 metros en el que se pueden generar olas de un metro de alto, que a escala pueden llegar a ser terribles montañas de agua de 90 metros.

Las naves tienen, reconoce Molinelli, un aire vintage, pero en lo que a recipientes se refiere la edad no importa: «Nuestra tecnología está en los sensores que utilizamos, que combinamos con cámaras muy potentes, procesos digitales, láseres. Nuestro valor está en lo que se ve menos. La infraestructura tiene unos años, pero si la hiciéramos nueva sería exactamente igual con pintura nueva, nada más».

AHUYENTAR A LOS PECES

En este centro también se prueban las hélices en un canal estrecho, cerrado y sin aire por donde circula el agua para investigar cómo se produce fenómeno de la cavitación: cuando al girar a determinadas velocidades salen burbujas que afectan al rendimiento de las aspas y producen ruido.

Un sonido que ahuyenta a los peces que buscan los pesqueros, llega hasta los camarotes VIP de los cruceros y da pistas a los barcos de guerra enemigos de la localización del que los emite. Por eso, destaca el ingeniero Ramón Quereda, es tan importante saber cómo evitarlo.

«Somos una empresa ecologista», dice Molinelli, para recalcar el ahorro en combustible de estas pruebas y sus últimos proyectos, esas «cosas raras» que entraron en el Cehipar cuando comenzó la crisis.

En momentos económicos malos se investiga más y se construye menos. Por eso se testaron artefactos como unas rosquillas enormes con una hélice en el centro que buscan generar electricidad a partir de las mareas marinas.

En este caso el cliente era español, pero la mayoría son extranjeros. Empresas de una decena de países y Ejércitos de Estados Unidos, Ecuador, Colombia, Alemania, Francia o Chile han acudido a probar sus buques en unas instalaciones tan desconocidas como punteras.

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