En el raudo camino del tiempo
josé enrique martínez
En 1916 publicó Luis Antonio de Villena Imágenes en fuga de esplendor y tristeza, título en el que se aprecia ya el sentimiento elegíaco por todo lo que fue luminoso, «el sexo ardiente y la nostálgica despedida», algo muy amargo para un poeta primordialmente vitalista como fue y es Villena. Entre las lecturas que más me estremecieron de joven recuerdo el poemario Huir del invierno (1981) en el que vida, cultura y sensualismo confluían. Después mi entusiasmo se fue apagando poco a poco, a medida que el poeta insistía una y otra vez en los mismos motivos, referentes a esbeltos, provocativos y perversos muchachos rubios, ángeles y demonios a la vez. Tampoco me parece que formalmente añadiera novedades, una vez que prescindió de los ritmos tradicionales y fue trazando líneas a manera de versos. Uno de sus libros se tituló La prosa del mundo (2007), que poemas en prosa son; pero en el libro último, Grandes galeones bajo la luz lunar, prosa y verso parecen indistintos, de modo que los versos pueden terminar aquí o allá y pueden leerse como prosas perfectamente. Tampoco se despega de sus temas habituales, bien es verdad que pasados por las melancolías de la edad: volvemos a encontrar ese mundo masculino de cuerpos dorados y muslos infinitos, la celebración de la belleza, la sensualidad a flor de piel... Con frecuencia accede a la poesía de Villena el recuerdo y la evocación de algún muchacho o de aquel día en que brilló su cuerpo desnudo con la fulguración de un relámpago, porque «los milagros son así, instantáneos, transitorios». Es la memoria la que ahora trabaja alzando algunos arquetipos de belleza y deseo. Numerosos poemas no van más allá de una anécdota que suscita curiosidad; el propio poeta se refiere a Gestos como poema «tierno y malo, bondadoso y culpable». El problema reside en que un mundo tan personal, real o figurado, acaso no revista mayor trascendencia. Los demás motivos tienen que ver, principalmente, con el tiempo y el acoso de la edad, con la vejez, ese «reino de limitaciones»: «La vejez es, sin duda, un arte difícil. / Incluso podría decirse que harto difícil», escribe Villena en un par de versos vulgares.
Quiero destacar el poema Sepulcro en Berlín, en el que Villena alude a la conocida epístola del poeta Eulogio Florentino Sanz en su visita al cementerio de Santa Eduvigis y su encuentro con el sepulcro «noble y yerto» de Gil y Carrasco sobre el que deposita una humilde violeta.