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Sábado Fisolero con guirrios y tarara

Más de 90 personajes ancestrales recorrieron las calles, efectuaron un teatrillo y se mancharon con ceniza de la hoguera en la fiesta de La Cernada

León

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Más de 90 personajes ancestrales resucitaron ayer para dar vida al Antruejo de Carrizo de la Ribera. Un pasacalles del Sábado Fisolero con la tarara, su carro de bueyes, los toros, el hombre de la cancilla, el pellejo, la gomia, los guirrios y, por supuesto, los gitanillos, el clero y el ejército. Después de aterrorizar y dar alegría a partes iguales al público, la comitiva efectuó un teatrillo en la plaza y la junta vecinal obsequió a los participantes con chocolate y bizcochos en torno a una hoguera donde estaban clavados todos los ojos, ya que al extinguirse sus brasas comienza la fiesta de La Cernada. Una guerra de cenizas para ensuciarse, que dejó estampas de auténticos cirineos.

Como es tradición, en la jornada se había colgado el Santo Antruejo en el barrio de La Campaza. Un monigote, un pelele, que preside el Antruejo desde tiempos inmemoriales, que resistió incluso la prohibición de la postguerra y que se acompaña con una leyenda alusiva a los pescadores furtivos. Las máscaras impenetrables de los guirrios con cuatro abanicos y un cono con escarapelas de colores distintivo de estos personajes en Carrizo despertaron la curiosidad y las reverencias del público.

Con su traje muy blanco, impoluto, que en realidad imita la antigua ropa interior de lino que usaban los hombres de la zona y que se completa con unas abarcas realizadas con piel de vaca, una faja, dos cintas de seda cruzadas sobre el pecho, un cinto de pieles de alimaña y una esquirla, según relató Maika Fernández Majo, de la asociación cultural La Trepa, que organizado el Antruejo, junto con el Ayuntamiento, la junta vecinal y las asociaciones de la localidad. Fernández recuerda que el martes se celebrará El Trago, con reparto por parte de la pedanía de una medida de vino y merienda, siguiendo una tradición ininterrumpida desde el siglo XVII, en que se ofrecían unas viandas después de cobrar las rentas de las fincas.