Diario de León

Partiré hacia cualquier otro lugar

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León

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josé enrique martínez

En la atractiva colección Aura de la editorial leonesa Eolas publica Mar Sancho su poemario Entre trenes, un título llamativo y atinado, no solo porque «entre» es casi un palíndromo de «trenes», sino porque los sonidos aliterados «tre-tre», si los repetimos, sugieren el monótono traqueteo del tren. Son cinco los viajes en tren que poetiza Mar Sancho: el primero por la costa del Pacífico, de Vancouver (Canadá) a Eugene/Springfield, en el estado de Oregón; el segundo es un viaje en el mítico Transiberiano; el tercero, en los trenes de la India; el cuarto por los Andes argentinos y el último por Alaska, siempre en tren. Interesa señalarlo porque las referencias e impresiones del viaje, del paisaje y de las gentes son diferentes: no es lo mismo viajar en los trenes atestados de la India que en un mercancías argentino. Además, cada poema lleva el título de una ciudad, de una estación como hito que va guiando el viaje del lector, a la vez que como momentánea parada para proseguir el viaje en un poemario en el que lo que importa no es, sin embargo, el lugar de llegada o el destino, sino el viaje en sí, el tránsito, el marchar no importa hacia qué lugar, pues nadie nos espera en ningún sitio y no hay más destino que el partir.

Cada viaje es una aventura que propicia encuentros, experiencias nuevas, paisajes imprevistos, sueños... Todo ello se adivina en los poemas de Mar Sancho. En los compartimentos hay otros seres, otras palabras, otros anhelos. Sorprendemos, por ejemplo, a una muchacha que echada sobre la hierba come fresas mientras ve pasar el tren, a «viajantes atados a sus corbatas» o a «un sij esplendoroso» en el asiento contrapuesto. Pero acaso importe menos que el pálpito de los sentimientos, la fugacidad de una imagen, la plasticidad de una metáfora, el vaivén de las sensaciones, la velocidad de un pensamiento o una ensoñación, fueran los poemas escritos durante el viaje o evocados y recreados después. El lector va sorprendiendo pequeñas maravillas como «la taquigrafía de los cuervos sobre la nieve» o las abejas que «rumorean sinónimos de mis pensamientos». Nos gana, por otra parte, la impresión de un ritmo frenético, acorde con el viaje. No hay demora en cada estación, sino un continuo partir; las «fugacidades férreas» nos acucian. A la impresión de ritmo raudo contribuye la brevedad de los poemas, de modo que nos parece estar saliendo continuamente de una estación camino de otra de la que partiremos sin detenernos.

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