Notre Dame año uno

El cielo de París se tiñó de rojo. Entre las llamaradas y el humo se oyó un estruendo y la ciudad contuvo el aliento. Eran las 19.50 horas. La aguja construida en 1859 por Viollet-Le-Duc se estrellaba contra el suelo. Notre Dame, símbolo de Francia y de Europa, era pasto de las llamas hace un año, ante la mirada atónita del mundo. Fue un incendio ‘en directo’. Nadie podía creer que uno de los grandes monumentos góticos fuera devorado por el fuego y que, en pleno siglo XXI, no se pudiera hacer nada para evitarlo. Tampoco entonces, salvo en la ficción, alguien habría imaginado que un año después la catedral de París seguiría en peligro y la Humanidad confinada.

Aquel fatídico 15 de abril, los expertos se acordaron de la Catedral de León. El 29 de mayo de 1966 un incendio provocado por un rayo comenzó a extenderse por la cubierta del templo gótico leonés. A diferencia de París, León actuó con más pericia. Apenas se usó agua para frenar las llamas. Solo la justa. La vieja cubierta de madera fue sustituida por otra metálica y el Cabildo decidió que a partir de entonces la Pulchra contaría con los mejores sistemas de seguridad: cámaras de vigilancia, alarmas antiincendios y antirrobo. No hay nada que pueda arder, excepto el coro.

En Notre Dame se actuó tarde y mal. Sonaron las alarmas y nadie hizo caso. Luego, los bomberos trataron de sofocar el fuego a golpe de mangueras. El edificio crujió. El mundo cruzó los dedos y temió lo peor. Pero la catedral resistió.

El presidente francés, Emmanuel Macron, tuvo ayer palabras de agradecimiento para quienes evitaron que Notre Dame se desplomara y ha reafirmado su compromiso de concluir la reconstrucción en un lustro, pese a que la pandemia del coronavirus ha paralizado las obras de restauración. Notre Dame es un símbolo. La prueba: en un año se han recibido donaciones que suman 228 millones de euros, procedentes de más de 236.000 ciudadanos y empresas de 140 países.