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León después del Covid

Nueve arquitectos vinculados a León abren un debate sobre la arquitectura tras la pandemia del coronavirus Covid-19. Cambiar la ciudad ni es caro ni imposible

León

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Bastaron unos días para comprender en toda su extensión la frase pronunciada en el siglo XVI por un jurista inglés, Edward Cooke: ‘Mi casa es mi castillo’. Sólo que la fortaleza tiene debilidades.

Hubo que aprender a convivir deprisa y corriendo con un coronavirus que ha encerrado a medio mundo en sus casas. Sin previo aviso, el temor a la pandemia que recorría libremente el planeta de un lugar a otro replegó a todo el mundo hacia el interior de sus viviendas y dejó vacías las calles, donde hasta ese momento se tenía la impresión de que se hacía la vida, aunque el 80 por ciento del tiempo transcurra dentro de un edificio.

La epidemia del Sars-Cov-2, el Covid-19, ha enfrentado al hombre moderno con dos realidades: su vulnerabilidad y la soledad. Ha parado la vida tal como la conocíamos pero le ha dado a cambio un bien preciado, tiempo. Y la oportunidad de reflexionar. Ha abierto con toda profundidad el debate sobre la manera de vivir y la relación de los hombres con su entorno. En el punto de mira, las ciudades y la casa.

«Basta con unos conos y unas cintas de las que usa la policía. Con eso, se puede modificar el urbanismo entero de la ciudad»

«Tenemos el concepto de que la ciudad es estática cuando en realidad es adaptable. Durante miles de años se ha adaptado con nosotros», dice Mauro Gil-Fournier. «Ahora, nos ha tocado negociar con el virus, coexistir con él», reflexiona.

Para empezar, desmonta algunos mitos. Uno, que una ciudad no se puede convertir en un espacio versátil con lo que ya hay. Otro, que se necesita mucho dinero para hacerlo.

«Basta con unos conos y unas cintas de las que usa la policía. Con eso, se puede modificar el urbanismo de la ciudad», explica este doctor en arquitectura, fundador de Arquitecturas Afectivas, especialista en la generación de prototipos urbanos y programas de experimentación para las ciudades desde la resilencia ecológica, económica y social, que intervino en el proceso de creación de Espacio Vías en León y colidera desde 2017 el proyecto europeo Mares de Madrid en el Programa Urban Innovative Actions de la UE.

Verónica Meléndez

De ese ‘urbanismo táctico’ son partidarios Andrés Rodríguez Sabadell y Susana Valbuena. Una manera de poner en marcha una reforma en la ciudad con bajo coste y hecha con pocos medios.

«Con este sistema de trabajo se propone por ejemplo la peatonalización de una calle con una señalización sencilla y se prueba durante una temporada. Luego, la propuesta se somete a un procedimiento de participación ciudadana para evaluar su acogida y en función de los resultados pasa a ser o no definitiva», explican estos dos destacados urbanistas que han trabajado en la rehabilitación del Monasterio de San Pedro de Eslonza, el ‘Escorial’ leonés, o en el edificio Lorenzana, en Ordoño II.

Una alternativa a los procesos habituales de transformación urbana que tienen un alto coste, no son reversibles y a menudo se ejecutan de espaldas al ciudadano. En León, sobran los ejemplos. Ahora también.

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Rodríguez y Valbuena, que han elaborado un detallado plan urbanístico de León, sostenible, transitable y vivible, defienden la democracia participativa en las reformas de las ciudades. «Tienen un impacto importante en la calidad de vida y de los espacios de vida de las personas», avisan. Otro proyecto sencillo: dejar que los vecinos voten y decidan sobre el lugar en el que tienen que vivir.

«Nos hemos dado cuenta durante nuestros primeros paseos que nuestras calles y espacios públicos son importantes lugares de relación. Habrá que potenciarlos como lugares de relación segura y no simplemente como sitios de paso», apunta Melquíades Ranilla, arquitecto y abogado en Derecho urbanístico, experto en restauración del Patrimonio Histórico con actuaciones en todo el país y redactor de planes directores y proyectos de rehabilitación en más de cincuenta Bienes de Interés Cultural.

Ranilla, como Gil-Fournier, Rodríguez Sabadell y Valbuena, cree que León debe reutilizar el espacio y transformar los edificios existentes para adecuarlos a nuevas necesidades. «Vivir y sobrevivir en periodos de crisis que, como hemos experimentado, pueden provocar épocas de aislamiento y distanciamiento social», dice Ranilla. «Una ciudad que pueda sortear desafíos como los del coronavirus y que tenga capacidad de recuperar su estado inicial una vez finalizada la crisis», sostienen Rodríguez y Valbuena. Ponen ejemplos concretos. Para el rebrote de esta crisis, que se anuncia para el otoño.                                                                                                                                  

El Palacio de Congresos se podría convertir con facilidad en un Ifema o en un arca de Noé para los afectados por el coronavirus, es un espacio abierto, bien comunicado y fácil de aislar. Lo mismo sucede con algunos edificios del Campus Universitario, en los que sólo se necesitaría un plan estratégico de emergencias y la preinstalación de servicios básicos y oxigeno para afrontar una crisis. Espacio Vías como un lugar de trabajo, un coworking público dotado con tecnología y conexión a internet para quienes no puedan trabajar desde casa. La ciudad sin coches, permitiendo así disponer de espacio suficiente para guardar la distancia de seguridad y facilitar la colocación de terrazas y acceso a las tiendas. Parques, patios y boulevares donde los alumnos puedan recibir clases al aire libre. Calles sin tráfico en todos los barrios convertidas en espacios donde poder jugar incluso al fútbol. Wifi portátil y público para que los ciudadanos que no pueden pagarlo tengan acceso a la red, una manera práctica de eliminar la brecha digital, especialmente entre los niños y los estudiantes con más dificultades económicas. Utilización transitoria de locales vacíos como lugares donde pueden trabajar en el mismo espacio personas dedicadas a actividades diferentes. Mauro Gil-Fournier va más allá y propone el uso de descampados y solares vacíos en la ciudad como lugares de esparcimiento a manera de jardines urbanos.

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«En la ciudad construida, los espacios y vías disponibles son las que existen. Ello nos dirige hacia la descolonización de estos espacios, y recuperación del que ocupan actualmente los vehículos, tanto estacionados como circulando, especialmente en los centros urbanos. Que nuestras calles hayan acabado siendo un extenso aparcamiento o lugar donde apilar vehículos resulta un dislate. Habrá que racionalizar y establecer qué tratamiento se da en las ciudades respecto a este uso intensivo por el enorme dispendio de espacio libre muerto que suponen esas ocupaciones baldías, que pueden trocarse en zonas delimitadas para otros medios de circulación», sostiene Ramón Cañas, tercera generación de una familia de arquitectos leoneses especialista en intervenciones de restauración de patrimonio monumental, entre ellas en la Colegiata de San Isidoro.

Otro proyecto sencillo: dejar que los vecinos voten y decidan sobre el lugar en el que tienen que vivir. es la democracia participativa

 

«Las tendencias obligadas en los centros urbanos irán hacia aceras de tránsito más amplias, a mayores restricciones al tráfico rodado con modificación y especialización de itinerarios para los desplazamientos de circulación de paso, dando prioridad a otros medios menos invasivos y más eficientes especialmente en los traslados de corto alcance. Y por supuesto, que las calles pierdan esa función de almacenaje», apunta.

Cañas cree que «la situación de confinamiento que estamos pasando abre una vía de reflexión sobre la degradación del uso del espacio urbano público hacia la que hemos ido derivando sin darnos cuenta. Hemos podido ver la ciudad parada, con la práctica desaparición de la circulación con medios mecánicos en las primeras semanas, y su enorme incidencia en la calidad de vida, tanto por la oportunidad ofrecida para colonizar la calzada con medios de tránsito menos agresivos, como por la existencia de una movilidad mucho más cómoda para el peatón. El caso de la contaminación acústica ha resultado si cabe todavía más relevante, ya que antes resultaba casi imposible escuchar un mensaje o una radio sin auriculares al caminar por la vía pública El tráfico privado y público generaba un ruido de fondo solamente soportado por la costumbre, elevando intolerablemente el nivel acústico sobre un umbral sonoro aceptable».

«El cambio hay que hacerlo ya», sostiene Verónica Meléndez, doctora en arquitectura, premio Construmat de Innovación Tecnológica y, premio en el concurso restringido para el nuevo Museo Munch de Oslo.

Itzíar Quirós

Más pesimista sobre la posibilidad de que se ejecuten los cambios, Meléndez cree sin embargo que «aunque todo recobre su forma original, la sociedad habrá cambiado y tendrá unas expectativas muy superiores sobre las capacidades y atributos de los espacios arquitectónicos y urbanos» y recuerda que todas las pandemias y otras crisis han producido modificaciones a lo largo de la historia, como la aparición del alcantarillado, el ensanchamiento de aceras o la inclusión de zonas verdes.

«Lo que parecía un error, la aparición de espacios más amplios para la circulación de las personas, el plan de humanizaciones de las calles que ha llevado a establecer aceras mas anchas y a disminuir las zonas de aparcamiento, se ha comprobado un gran acierto. Especialmente ahora, al tener que aumentar nuestra distancia de seguridad entre viandantes para evitar el contagio», dice Lorenzo Mateos Cortés.

«Las ciudades del futuro tenderán a ser centrífugas, autosuficientes en materia energética y deberán mejorar los transportes públicos, no tanto por aumentar la capacidad o el número de recorridos como por aumentar las frecuencias de tránsito», añade. Otro de los retos: la acomodación del transporte público al usuario y no a las empresas concesionarias o a los gestores públicos.

Pablo López Presa

Mateos Cortés, arquitecto especializado en construcciones sostenibles con empleo de energías alternativas y autor del proyecto de la iglesia de Eras de Renueva, cree que se debería volver a una ciudad «conformada por agrupación de pequeñas ciudades, los barrios, dotados de todos los servicios necesarios y que deberían ser lo mas heterogéneos posibles evitando los guetos y buscando la cercanía a los servicios básicos, evitando largos desplazamientos, lo que redundaría en la utilización de transportes ecológicos, eléctricos, a pedales o a pie».

Los cambios han llegado ya a su despacho. Ha rehecho dos de sus proyectos. «De viviendas con dos habitaciones se ha pasado a pedir tres, o con un salón con un lugar adecuado para trabajar desde casa, con una cierta independencia y bien iluminado», explica. Además, le han pedido terrazas, balcones y azoteas.

Es el otro gran debate que ha abierto el coronavirus: nuestras casas.

«Hemos estado dos meses dándonos cuenta de que nuestras viviendas no están preparadas para que podamos permanecer dentro durante un tiempo prolongado. Debido a nuestra forma de vida, a nuestro carácter, estamos acostumbrados a utilizar nuestra casa como el lugar donde reponemos fuerzas para volver a salir a la calle, que es el lugar donde verdaderamente vivimos, en el que trabajamos, donde nos relacionamos, comemos, el lugar en el que hacemos deporte, paseamos, compramos… De sopetón, nos hemos quedado confinados y hemos descubierto lo pequeño que es nuestro salón, que oímos el televisor de los vecinos, que el baño está mal situado dentro de una habitación, que el techo es demasiado bajo, que no tengo un balcón que mire a la calle, que tengo que teletrabajar en el mismo lugar en el que mis hijos hacen los deberes y juegan… En fin, que nuestras casas no están preparadas para acogernos de manera que podamos permanecer en ellas viviendo de una forma adecuada», analiza Melquíades Ranilla.

Mauro Gil-Fournier

«Esta crisis sanitaria nos ha obligado a vivir con todo ello más de lo que nos hubiera gustado y hemos descubiertos vicios y defectos de los que no éramos conscientes», apuntan Susana Valbuena y Andrés Rodríguez Sabadell.

«El que tiene terraza tiene un tesoro, como el que tiene un jardín, una galería, un mirador, hasta un balcón. Se ha visto cómo el cierre de terrazas ha sido un gran error», añaden. Ellos, como Lorenzo Mateos, piden la revisión de las normas urbanísticas que penalizan el cómputo de las terrazas, lo que ha provocado su eliminación, así como suprimir la prohibición generalizada del uso de vivienda en planta baja.

«El diseño de las viviendas ha de tener en cuenta que los seres humanos puedan habitar en sus hogares de manera que estos sirvan de refugio en épocas de crisis sanitarias, climáticas o económicas. Se han de utilizar materiales que aíslen térmica y acústicamente de manera adecuada y eficiente. Han de existir, en nuestras viviendas, dependencias de uso polivalente que puedan servir para reunir a la familia o para transformarse en un momento dado en zonas de descanso, de entretenimiento, o servir como gimnasio o zona de trabajo. Se ha de poder salir a un espacio exterior seguro donde podamos respirar o incluso aislarnos mentalmente. Todo esto se puede y se debe hacer de manera sostenible, sin tener que extendernos, sin tener que quemar recursos naturales ni ocupar más superficie», dice Melquíades Ranilla.

«Cobran de nuevo importancia los criterios de una buena orientación, la ventilación cruzada que permita una rápida aireación de la vivienda y la mejora de la acústica de las casas», añaden Susana Valbuena y Rodríguez Sabadell.

«Cuando todo esto acabe, además del impacto sobre aspectos fundamentales de la vida, la sociedad habrá afrontado escalas distintas de conciliación con el espacio arquitectónico y urbano, que son sobre todo la casa y la ciudad. El mueble que queríamos restaurar, la habitación que nadie usa, la terraza que nos falta, el segundo baño que siempre deseamos, la acera demasiado estrecha, la importancia del comercio local, o la ventilación, la brisa y el sol como remedios universales. Lo único que ocurre es que situaciones de crisis como esta nos enfrentan directamente a ellos y tanto usuarios como administraciones y diseñadores lo asumen como un reto prioritario, similar a cómo la medicina considera fundamental el hallazgo de la vacuna», analiza Verónica Meléndez.

«La situación nos ha hecho replantearnos en primer lugar lo que esperamos de nuestras casas. Esta cuestión nace

    de la necesidad de convertir la casa en lo que ya es, más el espacio de encuentro, trabajo, conciliación y disfrute. Ha tenido que serlo todo, pero esta situación es pasajera. Volveremos a los restaurantes, viajaremos en grupo, trabajaremos donde solíamos hacerlo, aunque no tanto, y conversaremos con otros en cualquier otro lugar. Aun así, las personas han aprendido sobre lo que les falta y lo que les sobra. Hemos negociado con el espacio doméstico y se han alcanzado acuerdos con ello y con los otros habitantes, incluidas las mascotas, aunque siendo realistas han hecho reflexiones seguramente más importantes no sobre el espacio sino sobre el contexto o el estilo de vida», dice Meléndez.

«Es ingenuo pensar que la crisis Covid-19 va a cambiar la arquitectura de la noche a la mañana. Los cambios en la arquitectura son lentos y los tiempos en urbanismo, largos. Pero lo que sí ha supuesto esta crisis es un periodo de reflexión profunda sobre los espacios, públicos, domésticos, laborales y sanitarios que habitamos en nuestro día a día. Reflexión que en esta ocasión no sólo la han hecho los arquitectos si no también las administraciones públicas, las empresas y la sociedad en general», apunta Itzíar Quirós.

Arquitecta en los estudios de Sou Fujimoto en Tokio y Wiel Arets Architects en Amsterdam, con obra publicada en medios internacionales y varios premios de construcciones sostenibles y rehabilitación de arquitectura tradicional, sostiene que esta crisis «nos ha hecho más conscientes de la enorme importancia para nuestro bienestar, físico y mental, de habitar una vivienda de calidad: luminosa, saludable, accesible, confortable térmica y acústicamente… un lugar al que poder llamar hogar».

«La primavera nos ha permitido mantener unas condiciones de confort térmico en casa de manera relativamente fácil. Pero ¿qué hubiera pasado si esta crisis sucede en pleno invierno? Las facturas de calefacción de los hogares leoneses suponen un gasto importante para la mayoría de las familias, ¿cuánto habría tenido que pagar de media un hogar que se habita el 100% del tiempo?, ¿cómo se habría afrontado en un contexto de incertidumbre económica, ertes, cierre de negocios? Nos habríamos encontrado con un problema grave de pobreza energética, de familias ahogadas con las facturas de calefacción, de hogares donde es imposible el confort térmico, de problemas de salud asociados a la mala calidad del aire interior, de patologías por condensaciones y mohos por una deficiente ventilación…», analiza Itzíar Quirós.

«Esto no hace más que confirmar que el caminar hacia una arquitectura más sostenible, eficiente y utilizando materiales de proximidad no sólo es importante, si no urgente y justo. Un camino que la arquitectura ya había emprendido pero que esta crisis nos debería impulsar a apostar de manera más urgente y contundente», añade Quirós. Y abre otro debate.

«Durante estos días, hemos reflexionado también sobre la ironía de tantas familias hacinadas en infraviviendas en las grandes ciudades mientras cientos de amplias casas con jardín permanecen cerradas en nuestro medio rural», añade.

«La vuelta al pueblo que hemos observado en estos meses y que quizás tenga un eco en los planes vacacionales de muchos leoneses va a tener un impacto en nuestro mundo rural, estoy convencido», dice Pablo López Presa, que ha aparcado momentáneamente su profesión de arquitecto para convertirse en diputado provincial de Cultura, Arte y Patrimonio.

«Personas que tenían olvidada su segunda residencia verán en la casa del abuelo una oportunidad. Y yo, que desde mi puesto en la Diputación, soy muy consciente de las carencias en materia de comunicaciones, equipamientos y servicios de nuestros pueblos, también reivindico que no estamos tan mal: no tendremos la mejor fibra óptica pero también es cierto que poco a poco van mejorando nuestras comunicaciones, las administraciones son más telemáticas y el teletrabajo, que es el mejor billete para volverse al pueblo, ha pasado de ser un privilegio para unos pocos a una opción de necesidad fundamental en la mayoría de las empresas», dice López Presa.

El diputado de Cultura hace un llamamiento «tanto a los alcaldes como a aquellos que piensen que su vivienda rural puede ser mejorada, a que cuenten con los arquitectos para abordar los retos que demanda la sociedad». Y pone como ejemplo de arquitectura inteligente la reforma de la plaza de Mansilla Mayor, donde él es concejal.

«Un proyecto que surgió tras un concurso de ideas cuya propuesta ganadora lo fue después de recibir los votos de los vecinos. Ese proyecto, finalista de los premios FAD, tiene bancos y sillas que se pueden mover y recolocar libremente, lo que causó estupor y sorpresa. Una idea que puede parecer transgresora pero que está inspirada en las reuniones espontaneas de vecinos que salían a tomar el fresco sacando cada uno la silla de su casa y que ahora, en tiempos de coronavirus, sirve para tener un mobiliario público que se puede colocar a la distancia de seguridad que se desee. Un ejemplo de gestión pública que ha apostado por dar confianza a buenos profesionales y que supo sobreponerse a las críticas iniciales que el proyecto tuvo», explica López Presa.

«Muchos de los conceptos que ahora parecen buscarse, siempre han estado ahí: prevalencia de lo peatonal, espacios libres, autoconsumo... El reto para la arquitectura es actualizarlos y ponerlos al servicio de la sociedad», añade López Presa.

El otro tema a debate es el auxilio de la tecnología.

«Se generalizará la domótica y se mejoraran los servicios de higiene, recogida selectiva de basuras, por lo que se deberán aumentar los puntos de recogida», dice Lorenzo Mateos, que puesta también por un elemento que él incorporó hace muchos años a sus proyectos y que tuvo que eliminar porque parecía un lujo innecesario, la esterilización con ozono. «Lo que daríamos ahora por tenerlo», comenta divertido.

Susana Valbuena y Andrés Rodríguez Sabadell creen que la domótica modificará picaportes, telefonillos, timbres, datáfonos... que se invertirá e investigará en materiales antibacterianos y sistemas de apertura que eviten el contacto directo, todo accionado con codos o con sistemas más sofisticados de reconocimiento de voz o facial. Tienen clara su apuesta también por zonas comunes amplias, incluidas las azoteas, ahora en desuso o eliminadas de los proyectos.

Discrepa Itzíar Quirós. «La búsqueda de la calidad en las viviendas post-Covid no vendrá de grandes revoluciones domóticas o del empleo de sofisticados materiales antibacterianos, si no de una mayor atención a los aspectos elementales de la arquitectura: buscar la luz natural, la ventilación, el correcto dimensionado de los espacios, la relación con el entorno, el empleo de sistemas pasivos, el equilibrio entre permitir la intimidad y la socialización», dice esta arquitecta.

Mientras los arquitectos y la sociedad debate, los políticos se enredan en reuniones. Sorprende que en la mesa técnica del Ayuntamiento de León no participe ningún arquitecto salvo los municipales y ni siquiera haya sido convocado el Colegio de Arquitectos. «Con el alcalde hablo a menudo, ayer mismo (por el jueves), pero en esa mesa no estamos», reconoce Álvaro Izquierdo, presidente del Colegio de Arquitectos de León.

«Nunca ha tenido más sentido el urbanismo tecnológico», apunta Mauro Gil-Fournier. Él ha desarrollado una herramienta que le permite conocer las vulnerabilidades y anticiparse a los problemas. La aplica en el urbanismo de Madrid. Y apuesta por la equidad y no por la igualdad. Actuar en aquellos barrios más saturados para hacer una ciudad circular que sea entera vivible.

«La ciudad es el problema y también la solución», advierte.

Cree que hay que añadir a la suma de las soluciones la ilusión. «Vamos a luchar contra esto y cambiar. Tenemos los medios y el conocimiento. Podemos hacerlo».

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