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África

Vender fruta en vez de perseguir leones

El coronavirus acaba también con el lucrativo negocio de los safaris por Kenia y los guías turísticos transforman sus vehículos para convertirlos en mercados ambulantes

Un guía turístico vende fruta en el vehículo que antes utilizaba para transportar turistas por la selva. DANIEL IRUNGU

Publicado por
Patricia Martínez
León

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El pasado mes de febrero unos turistas chinos mencionaron por primera vez el coronavirus al guía de safari keniano Michael Kimani. Cinco meses después, la pandemia le ha forzado a convertir su todoterreno en un puesto rodante de frutas y verduras, al igual que a cientos de compañeros con los que recorría la sabana.

«Unos turistas chinos nos dijeron que existía en su país una enfermedad llamada corona, nos dieron incluso mascarillas, pero nos lo tomamos a broma. Nunca creímos que pudiera ser algo tan desastroso», explica a Efe Kimani, de 38 años, mientras protege una docena de coles bajo una lona publicitaria decorada con un león.

Un mes más tarde, el 12 de marzo, el Gobierno keniano declaraba su primer caso de Covid-19; el día 25 prohibía el transporte aéreo y, 48 horas después, sumía al país en un toque de queda nocturno que ponía fin a cualquier escapada ociosa. El turismo, y con él muchos de los dos millones de empleos que sostenían esta lucrativa industria, desaparecieron del mapa. La pandemia amenaza con arrastrar a la extrema pobreza a 58 millones de personas solo en África subsahariana, según datos el Banco Mundial, además de menguar en ocho millones de personas una hasta ahora creciente y emprendedora clase media compuesta por 170 millones de africanos (el 14 % de la población del continente).

Al no haber safaris, tampoco hay trabajo para los numerosos conductores sin contrato de los que dependen las agencias de ese tipo de excursiones, quienes diligentemente recogen a los turistas extranjeros en el Aeropuerto Jomo Kenyatta de Nairobi para sumergirles horas después en las más codiciadas sabanas o cumbres africanas.

Martin Wanjohi, de 48 años de edad y padre de tres hijos, era uno de ellos: dedicado al turismo desde el año 1996, su desmembrado Toyota Land Cruiser —al que le ha extirpado seis asientos traseros-—transporta ahora patatas, cebollas y tomates por las polvorosas calles de Ruai, un barrio en el este de Nairobi, donde con suerte consigue volver a casa con unos 500 chelines al día, unos cuatro euros el cambio.