Dime cómo miras y te diré cómo procesas
Generalmente, el público suele asociar el estudio de la lengua y del lenguaje con esa asignatura del colegio en la que un profesor obligaba a poner rayitas debajo de una frase. Sin embargo, el lenguaje es mucho más que esto: es la capacidad que permite a los seres humanos —frente a otras especies animales— combinar unos pocos sonidos para hablar de hechos pasados, de planes futuros —fin de la pandemia mediante— o de realidades insólitas e imaginarias que nunca hemos experimentado. Esta polivalencia es posible, en parte, porque el lenguaje es una capacidad que está automatizada en nuestro cerebro, es decir, la utilizamos sin que seamos conscientes de ello. Los que nos dedicamos a la psicolingüística nos interesamos por estudiar los mecanismos cognitivos que hacen posible el uso del lenguaje y, para ello, contamos con diferentes técnicas. Concretamente, en la charla ‘Dime cómo miras y te diré cómo procesa’, el equipo de la profesora ayudante doctor del Departamento de Filología Hispánica y Clásica Esther Álvarez García presentaron la técnica conocida como registro de movimientos oculares: «A través de una cámara que proyecta un rayo de luz infrarroja, podemos registrar milisegundo a milisegundo los movimientos que realiza una persona cuando, por ejemplo, lee una palabra, una frase o todo un texto», explica. La evidencia de la que parte esta técnica es que los seres humanos dirigimos nuestra mirada hacia aquello que nos llama la atención y aquello que miramos es, a su vez, lo que procesa el cerebro —siempre y cuando no estemos distraídos—. Por tanto, a partir del análisis de los movimientos de los ojos, podemos interpretar cómo se está procesando el lenguaje en el cerebro. Por ejemplo, si en una frase aparece una palabra polisémica —es decir, una palabra que tiene más de un significado—, los movimientos oculares nos revelan que el significado que se activa es siempre el más frecuente y, en caso de que este no sea el adecuado, nos indican en qué preciso momento nuestro cerebro se da cuenta de ello, cómo de complejo le resulta activar otro significado para esa misma palabra y qué elementos facilitan este proceso. En definitiva, una conducta tan sencilla como los movimientos de los ojos permite conocer mejor una parte tan esencial del ser humano como es el lenguaje.