Diario de León

LA FRONTERA ESTÁ EN EL CANAL DE LA MANCHA

Augurios de colas de camiones y tensiones entre pescadores en el paisaje que une y separa a Inglaterra y Francia, el Reino Unido de la Unión. Es la nueva frontera de Europa, el Canal de la Mancha, el lugar donde desemboca el ‘brexit’

Geoff Caddick

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León

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Emprender el camino hacia Dover o Folkestone evoca el más popular peregrinaje cristiano en la historia de Inglaterra. Desde islas remotas de Escocia, puertos galeses conectados con Irlanda o áreas industriales del norte, hileras de camiones van convergiendo en la misma dirección, en la autopista M20 que lleva a las principales puertas para atravesar el Canal de la Mancha. Chaucer escribió en sus ‘Cuentos de Canterbury’ historias y saberes de gentes variadas que se congregaban repostando en el largo camino hacia la catedral que contiene el sagrario de Santo Tomás Becket. Hoy, aparcamientos para transportistas son los nudos de la ruta hacia trenes y ferrys que hacen posible la actividad de una parte sustancial de la economía británica y europea.

Entrando en la M20 desde la autopista de circunvalación de Londres se ven ya los primeros avisos: «Túnel del Canal, retrasos en carga», «Túnel del Canal, nuevos ‘docs’ (documentos) a partir del 1 de enero». En la estación de servicio de Maidstone, camioneros se detienen para cumplir las normas de pausas en las horas de conducción registradas en sus tacómetros.

La conversación con un afable búlgaro al volante del camión frigorífico de una firma navarra se frustra por el idioma. El sevillano José Francisco Lledó —«ponga que soy del Real Betis Balompié»— regresa tras dejar su carga de hortalizas de Huelva. «En Inglaterra no hay servicios para nosotros», se queja. «Yo me defiendo en inglés pero nos hablan demasiado rápido».

Ni él ni el búlgaro Valentin Ivanov, que trabaja para una empresa murciana y regresa tras descargar medicinas y fruta, tienen información sobre los requisitos del ‘brexit’. No han visitado las cabinas que el gobierno ha creado en este tipo de estaciones. «En este momento es normal», dice Ivanov, quien confía como Lledó en que sus empresas, de notable dimensión, les explicarán los nuevos requisitos.

Aparcando en la campiña

En la cabina de información, dos empleados del gobierno dan a los camioneros un documento de 150 páginas. Pero no les han llegado aún las traducciones al español o al búlgaro, publicadas en el sitio oficial de internet. La empleada polaca dice que sus compatriotas y los rumanos son los visitantes más frecuentes, suelen hablar el inglés. Y que españoles y franceses entran y se van porque no lo entienden.

Avanzando hacia Dover, el carril más lento se va llenando de camiones. En las afueras de la moderna Ashford, se construye un enorme aparcamiento sobre la rica tierra agrícola de Sevington. Es un filtro para que las colas no bloqueen el tráfico en enero, pero la fecha de terminación de las obras se atrasa. Se dice ahora que quizás se abra en febrero. La observación exterior sugiere que será más tarde. La salida 11 de la autopista, la más próxima al Túnel del Canal y al puerto de Dover, está cerrada y la cola de camiones es ya de kilómetros. El gobierno utilizará un cercano aeropuerto abandonado como explanada de respiro, que forzará el desvío del tráfico incesante hacia Canterbury y otras poblaciones. Anochece en el descenso a Dover, una ciudad que vive de los ferries y de un turismo resignado el ajetreo de coches y camiones.

En la Inglaterra del mártir Becket, descendiente de invasores normandos, asesinado por defender el privilegio de la Iglesia frente al rey, el monarca era Enrique II, de la casa de Anjou, casado con Leonor de Aquitania, el idioma culto era el francés y en ese tiempo se creó el embrión del sistema legal que perdura hasta hoy, diferente al ‘continental’. El cristianismo también llegó desde Roma en el siglo VI a esta costa de Kent y a Canterbury. Ahora Inglaterra se separa de una unión europea y, tras el largo fin de semana del Año Nuevo, el efecto será visible en esta comarca, desde donde se divisa la costa francesa en días claros. Pero la noche y la mar son hoy turbias. Dos jóvenes lituanos que transportan cargas variadas entre su país y residentes lituanos en Reino Unido cuentan en el ferry que no tienen ni idea de los cambios que se avecinan, y sentencian: «Los ingleses están locos». El hispanoecuatoriano José Tovar Vélez ha llevado ajos de Cabra(Córdoba) al norte de Inglaterra y regresa con palés. Confía en que los requisitos actuales- la carta de porte, CMR, y el formulario de la pandemia- sean suficientes y en que su empresa le informe de otros cambios.

Silencio y tensión

La orografía de Calais es más favorable para las nuevas aduanas del ‘brexit’ que la de Dover, cuyos bellos acantilados de caliza blanca limitan su expansión. En la llana costa francesa hay espacio para aparcamientos adicionales, pero es perceptible un mayor nerviosismo tras desembarcar. Se acercan las ocho, la hora del toque de queda decretado por el Gobierno, y hay gente que aún no ha comprado su cena.

Llueve a cántaros en la mañana y la asociación de empresas pesqueras de los puertos de la comarca se escuda en «una actualidad muy cargada» para rechazar una entrevista sobre el futuro de la pesca, el principal obstáculo para la firma de un tratado entre Reino Unido y la UE. No hay tampoco manera de entrar en la autopista a Boulogne, por el monumental atasco de camiones.

Es el mayor puerto de pesca en Francia. La mayoría de sus empresas captura el 70% de su tonelaje en aguas británicas. Londres teme que los pescadores de Boulogne bloqueen el acceso al puerto de Calais si no hay acuerdo, o si se pactan recortes drásticos. Barcos holandeses con bandera alemana ya han comenzado a faenar en estas aguas francesas, augurando tensiones en el seno de la UE.

Los accesos y terminales para ferries y el tren EuroTunnel son un scalextric de ingeniería limpia. El abastecimiento previsor de aranceles y colas ha creado un gusano kilométrico de camiones. Vallas metálicas impiden el acceso a africanos que vagabundean en busca de una oportunidad para cruzar el canal entre tanto tráfico. De ‘la jungla de Calais’, destruida en 2016, queda el graffiti en los pilares de la autopista que eran su arco de entrada: «Paz, amor y unidad», «Libertad para Siria». Es la nueva frontera.

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