Antonio Núñez El paisanaje
Lucha de clases
Los políticos, como en la Renfe, son de primera y segunda. Unos pocos gozan del privigelio de tener un moñigote en televisión, como Aznar, Zapatero, Arzallus, Pujol o, más recientemente, el líder del PCE, Gaspar Llamazares, si bien de éste último se desconce a cuántos lidera desde que a la vanguardia de los comunistas ya casi no le queda retaguardia (trabajo le costó que lo tomaran en serio en Canal Plus). Pero el caso es que ha conseguido entrar en el selecto club de los elegidos para que hablen de él todos los días, aunque sea mal, que de eso se trata. Luego viajan por la política en segunda, clase turista o porque no hay tercera otros personajes, estos ya de medio pelo, que no son radiados a diario o caricaturizados en los chistes y tiras cómicas de los periódicos, pero pueden salir de espontáneos el día menos pensado porque tienen todos un dosier, algunos jugosos: el notario Ramallo, que dio fé en su momento de lo de Gescartera; el alcalde o concejal Fulano, que llegó en cuatro años de la nada a ser propietario de muchos negocios y pisos sin hipoteca, después de pasar por las más absolutas miserias, como diría Groucho Marx; o el consejero autonómico Mengano y el sindicalista Zutano, que colarron a toda la parentela en la nómina del Estado, que es para siempre, mientras que el dosier no da, ni de coña, para un mandato. Quiere decirse que en política el que tiene un dosier a su nombre, aunque menos importante que aquel al que le parten la cara en un teleñeco, no deja de ser «alguien». En cuanto al resto de la población, como carece de monigotes o de un pasado que merezca la pena, a lo más que aspira es a cierto crédito personal. Y en los bancos no siempre. No somos nadie. Vienen estas filosofías a cuento de que, entre la huelga general y las elecciones del año que viene -en campaña ya estamos- el pueblo llano va a ser testigo de una feroz lucha de clases, que nada tiene que ver con la de Carlos Marx, si no es por la conquista del poder, quítate tú para ponerme yo, porque ninguno del PP p del PSOE es un paria de la tierra. «Paisa», me convenció ayer un moro de la patera, «yo estoy aquí para ganar el cuscús, o sea el condumio, pero éstos se tienen un odio africano». «Y lo más seguro es que terminen devorándose entre ellos», avisó poniendo proa otra vez al Estrecho, «así que yo vuelvo a la kabila». Hombre, no es para tanto. Lo que va a pasar -y pasa cada vez que hay elecciones- es que los grandes líderes políticos hacen de monigotes de sí mismos, de forma que hasta al votante más perspicaz le resulta difícil distinguirlos de su propia caricatura. Incluso salen más humanos en los teleñecos y, encima, caen simpáticos. Eso en cuanto a la clase primera. Respecto a la segunda fila, o sea la tropa de los dosiers, son sólo carne de cañón, pero les pagan por eso y hasta bastante mejor que al mejor de los tiburones de la empresa privada, cada uno en su nivel, de forma que, si hubiera que contratarlos a todos, sería la ruina (como el Estado no es de nadie, no tienen que dar cuentas). En fin, todo el mundo tiene en el paro un pariente, una cuñada o un primo, pero de ahí a que los políticos manden paralizar el país en una huelga general va un despropósito. También lo dijo el moro antes de despedirse: «¿Si el único de la familia que no está en paro soy yo y también voy a la huelga, quién paga el cuscús?». Buena pregunta. Porque echando una ojeada al curriculum profesional de Zapatero, Aznar y compañía, no se sabe de ninguno de ellos que haya destacado en la vida privada - o sea, yendo de paisano- ni en el derecho, ni en las finanzas, ni en la ciencia infusa. Y, después de lo de Operación Triunfo, tampoco en las bellas artes. También la Rosa se enchufa al presupuesto de la televisión, pero éstos no consiguen conetectar con la copla. ¿Huelga general? Por los currantes, vale. Aunque, en tocante a la clase política profesional la pregunta sería: «Pase que no hayas dado golpe en la vida. ¿Pero cuándo has estado tú en el paro?». Es lo que decía también en la mili, cierto sargento de regulares, natural de Tetuán, cuando los reclutas de León intentábamos hacer en los setenta un escaqueo general. «Chaval», nos dijo el morito, «mira bien donde apuntas, porque a las escobas las carga el diablo, de frente, a barrer, ar». En esta otra huelga los de la quinta de un servidor volvemos a arriar la escoba, esta vez en serio. Ni a favor ni en contra de Zapatero. Y, menos, voluntarios. Como veteranos, pasamos a la reserva.