Cornada de lobo
El demasié ya está gagá
Un árabe, uno que tú dirías puto moro, salió en un documental de televisión que abordaba el asunto de inmigraciones y racismos explicándose como un versado bachiller y con cordura. Su riqeuza de vocabulario y sintaxis le desvelaba como un viejo radicado en este país. Hablando y hablando, se le coló en su frenesí una palabra que me malsonó en un principio, aunque después me he enamorado de ella (ya sabes que el amor es como Dios; escribe derecho sobre renglón torcido; y de una aversión inicial suelen nacer los cariños duraderos). Esa palabra fue «demasiadamente». No existe en el diccionario, pero delataba cierta cultura y afrancesamiento en el sujeto que la espetó en su parlamento (los gabachos te convierten en adverbio cualquier adjetivo y se quedan tan ricamente orgullosos de la lengua de Moliere). Demasiadamente. Es el término que faltaba para acabar de definir este tiempo nuestro, esta demasía. Viendo lo que estamos viendo -desde un castañazo desintegrador hasta un pelotazo de fabulosas fortunas instantáneas- cualquiera resume el espectáculo con un ¡demasiado! Pero la exclamación ya no dice mucho. Demasiado es todo y a ello nos hemos acostumbrado; su significado se devalúa y ya no nos impresiona. Faltaba esta palabra, el adverbio. Demasiadamente es una actitud, es decir, calidad de demasiado que crece, pervive y generaliza. Lo que me asusta del nuevo adverbio, sin embargo, es que pueda ser pasto de pijas; porque ni pintado; es ideal para ellas, tan demasiadamente sobradas de lengua larga y vocabulario corto (de ideas, ni hablemos). Demasiadamente, Mariló. La puedes poner de moda cuando expliques ese hortera bikini de los sesenta que te pirras por estrenar para instalarte en el mal gusto globalizado que nos dictan. Por lo demás, que esa palabra la haya largado un árabe me parece incluso oportuno. Arabe es la mitad de nuestro diccionario y en esa medida la belleza de nuestra lengua es de cuño arabizante. Y si después viene un académico escandalizándose por la incorrección, recuérdesele que fue el pueblo en su bendita ignoracia el que corrompió latines y normas para acuñar una palabras de las que ahora viven los cancerberos de la pureza y del cuento latiniparlo.