Diario de León

Cornada de lobo

Fardela de lienzo crudo

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León

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Odio racionalmente el plástico, pero trago y consumo. Es la expresión más bárbara de la época que vivimos, la seña de lo efímero, de lo urgente y la cara más inconfundible de la sociedad del despilfarro. Es lo barato y lo depredador. Puto plástico, hijo de petróleo, polímero cabrón, ladrón y redentor. Para obtenerlo hay que extirpar las tripas del planeta, agotar recursos. Para desecharlo sin rastro, hay que cavar hondo y tapar con más mierda la sajadura, de modo que jamás cicatriza ni se restaura la herida aquella. Puto plástico, de verdad. Las orillas de estos ríos nuestros, tan cargaditos de porquería, están todas firmadas por plásticos. Me cago en su estampa. Para odiar los plásticos sobran razones ambientales, técnicas y de sentido común: No se degradan, no se reciclan, no se arreglan ni se reparan, no se respeta nada por obtener su materia prima. Para justificarlos, sin embargo, cualquiera puede alegar que son la base y el envase del sistema productivo de esta sociedad de desarrollo insostenible y liberalismo irreprimible en la que estamos metidos de hoz y coz. Sustituir el plástico por los viejos materiales nobles de papel, vidrio, barro, fibras vegetales, algodón o madera podría agotar o malbaratar yacimientos, bosques y reservas. Y se talaría media Amazonía para obtener la necesaria celulosa (cuando los mil doscientos millones de chinos se occidentalicen y adopten la costumbre de limpiarse el culo con papel higiénico después de obrar -en vez de lavárselo con agüita, abluciones y a correr, como es su norma- habrá que talar tres cuartas partes de los bosques siberianos, que acabarían hechos rollo de retrete). Otro tanto ocurre si se propone la madera como alternativa para envalajes y complementos. Nos merendaríamos en dos pispás los montes esos que recuperan ahora su masa forestal, porque desde que llegó el butano, los pueblos no los hacen leña ni carne de estufa. De manera que estamos condenados al plástico, presos de patas en él, apercollados por su yugo, tan liviano y de colorines. El plástico conserva; es el preservativo de este sistema de cosas. No deja pasar nada. Pero si se trata de guardar lo de comer, entiendo al pastor de Quirós: como la fardela de lienzo crudo, nada.

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