Cornada de lobo
Dos ojos sin cejas
Por el Torío arriba se me suben los recuerdos como brincando por sus piedronas. Por el Torío abajo se me abaja la fe que flota sobre sus aguas haciéndose la muerta. De esta forma desemboca junto al cementerio de Puente Castro volcando su pena en las aguas del Bernesga (por llamarlas de alguna forma). Las salvajadas hidráulicas que le perpetran le están afilando el rostro como a los que mueren comidos de cáncer. Hay tramos donde lo han desollado de orillas y de hechura, lo han roto de lecho y de canción. Y ni suena. Su cauce está preso por el cartabón que a algún ingeniero le cuelga de las pelotas, que tampoco son redondas, como manda la genética, sino cuadradas, como dicta el manual de facultad. Junto al Torío nací en esas sus tierras medias que ni son montaña pura ni ribera dada, sino su síntesis, vega de artesa y monte roblero de gran panzón. Entre Manzaneda y Pedrún está esa cuna mía bajo la que corren las venas de este río, así que su latir se me mete en las mías y su leucemia es mi leucemia. Aún así, sigue siendo río de antigua belleza en sus curvas arboladas o en su rugir de invierno entre los farallones de las hoces de Vegacervera. El Torío tiene puentes chulos (el clasicista de Puente Castro es el más guapo cruzando la anchura de vieja pedrera y el de Pardavé es de una maciza coquetería que apabulla) y conmueve la belleza mordida de dos de ellos: uno, en Vegacervera, al que le han completado su desgracia y sus robos con una aberrante canalización de escollera bestia, innecesaria y demoledora, orgullo de paletos y depredadores. El otro es el de Serrilla, o de Villalfeide, que resiste con cierta insolencia numantina al abandono con el que le ha sitiado el tiempo en los últimos sesenta años. A sus dos grandes ojos les han partido las cejas y está esmochado de pretil y de tablero, jodido de estribos, roídos sus tajamares. Una pena. Su derrumbe está anunciado si no hacen caso del ruego formal que la procuradora Nieves Tascón ha presentado ante las Cortes regionales, sumando a su petición la obra de conservación urgente que exige la contigua iglesia de San Féliz, cuyo retablo y artesonado son un primor pasto de desidias. Ese puente hay que ensillarlo, recomponerlo. Drevuélvanle su dignidad.