Diario de León

Antonio Núñez El paisanaje

El disco rayado

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Las elecciones de Caja España, que no son moco de pavo, porque el que las gane va a manejar billón y pico de pesetas -no digamos que a su antojo, pero sí como quien no quiere la cosa- han vuelto a provocar un agrio enfrentamiento entre los expresidentes de la mayor hucha de la provincia, señores Nieto Nafría (PP) y Villalba (PSOE). A los dos les tira la querencia por el interés más desinteresado, lo que, de entrada, es para mosquear. Como las cajas no tienen amo ni accionistas, sino que son de todos o de nadie, es un decir, cuando hay que nombrar nuevo presidente o consejo de administración los estatutos prevén que se repartan los votos democráticamente entre los impositores, que ponen la cartilla, los ayuntamientos, que ponen el cazo, y los empleados, que cobrar por poner la mejor voluntad en la ventanilla para que la entidad no quiebre, todo ello siguiendo las tres reglas básicas del negocio: pagar barato el ahorro de los paisanos, cobrarles caras las hipotecas y hacer recados (comisiones por el recibo de la luz y el colegio de los niños). Todo lo demás son inventos de los economistas. Y en teoría así deberían ser las cosas para que todo marchara razonablemente bien, descontado algún que otro embargo, ya previsto en el monte de piedad, como su propio nombre indica. Pero en la práctica a los electores de los ayuntamientos los nombran los partidos y a los de los empleados los sindicatos, mientras que los pobrines votantes de los impositores salen por sorteo. Los alcaldes y los sindicalistas tienen claro que hay que votar al jefe, pero, como el bombo de la lotería de los impositores es apolítico, y, encima, ellos deciden la balanza entre PP y PSOE, el Nafría y el Villalba andan desquiciados a la caza de los titulares de la cartilla, que son como los santos inocentes o muy parecidos al pobrín Alfredo Landa de la película. Un reality-show, en fin, para caquiques. Quiere decirse que no es que haya elecciones, sino que se ha levantado la veda. En cuando a la famosa comisión electoral para velar por la limpieza del proceso y patatín y patatán, dado que la conforman también populares y socialistas, es como poner a la zorra a cuidar las gallinas. Prueba de ello es que llevan semanas en pleitos por un disquete pirata en el que vienen «datos confidenciales» de los impositores con derecho a voto. Dicen que UGT lo encontró en la calle, lo entregó luego a Villalba, el cual montó en cólera porque supone que lo tiene también Nieto Nafría para usarlo con ventaja en la campaña. En vista de lo cual los socialistas han reclamado en el juzgado que se anulen las elecciones y se repita otra vez el sorteo de los paisanines. «¡Escándalo!», ha gritado Villalba en el escenario estilo Raphael, veterano cantamañanas con el que, por lo demás, guarda un cierto parecido en el tupé. Y tiene razón, sí señor, porque aquí sólo han podido pasar dos cosas. Primera, que los datos confidenciales del dichoso disquete incluyan, además del nombre del impositor-elector, datos íntimos sobre el color de los ojos, estado civil, metro ochenta (de estatura, claro) y otros detalles que, por mucho que se empeñe Villalba, se la sudan a estas alturas a la consejera de Economía, señora Carrasco, bastante más pispa que él y la prueba es que la última vez lo echó de la Caja. Las cosas son como son y en lo demás aquí el que no corre vuela (se admiten desmentidos). Y, segunda, que el disquete tuviera información sobre saldos, hipotecas, descubiertos y otras miserias de cintura para arriba -también valen hijos y cuñadas en paro- susceptibles de ser usados como arma de chantaje por el partido tal o cual para aupar a su candidato. Si esto no es cierto, por lo menos es ir al grano sobre las compungidas denuncias judiciales de Villalba. Y, si tiene otra explicación, que se la dé al fiscal, a ver si cuela. Uno en su modesta solvencia, aunque en números rojos, como todo dios, no se atreve a poner por escrito los mil y un chantajes que se le ocurren, más que nada por no dejar pistas. Como Ortega servidor se limita a decir aquello de «yo soy yo y mi circustancia», o sea la hipoteca. En la compra de votos lo que sobran son precedentes. Como el de aquel cacique gallego de primeros del otro siglo que prometía a sus electores un par de zapatos, pero sólo les daba el del pie izquierdo. Luego, si ganaba, también el del derecho. Y no fallaba casi nunca. A lo mejor el fiscal y el Banco de España pueden tirar por ahí.

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