Rafael Guijarro A LA ÚLTIMA
Inmigrantes sin idioma
GRAHAM Bell no inventó el teléfono, ponía la prensa ayer, sino un inmigrante italiano que no sabía inglés. Al cabo de los años ha podido saberse que un tal Antonio Meucci, exilado a Estados Unidos por la persecución política que padecía en su país, inventó en 1860 un teléfono con el que podía hablar desde el sótano con la habitación de su mujer. La sorprendente noticia fue recogida por los periódicos italianos de Nueva York, pero casi nadie se enteró. Patentó el invento en 1871, pero no tuvo dinero para renovar la patente, y en 1874, Graham Bell, que había trabajado con él, patentó el teléfono a su nombre, y de ahí saltó a la fama, porque lo hizo en inglés y nadie se lo discutió. Meucci murió sin que se le reconociera su autoría, y sin saber hablar inglés con fluidez. Los inmigrantes también son así. En una patera o en los bajos de un camión puede llegar la persona que acabe revolucionando las comunicaciones. Como venga sin papeles, un desaprensivo lo puede tener de ilegal, y registrar los inventos del otro como si fueran suyos. Y si no sabe expresarse medianamente en el idioma de lo que llaman, con ironía infinita, «países de acogida», le pueden robar hasta la camisa. Con el dinero de la patente, Bell fundó la American Telephone and Telegraph, la ATT, la empresa más grande de telecomunicaciones del mundo y que se convertiría en uno de los florones de la industria norteamericana. A puro robo, como si fuera El Llanero Solitario con dos pistolas, se llevó el tipo las ideas del inmigrante que le hicieron famoso, y los dineros que le hicieron el más rico del saloon. Se ha sabido todo por la manía de un congresista de origen italiano que se empeñó en mostrar lo que había sucedido, provocando un silencio sepulcral, incluso hoy, en los medios de comunicación anglosajones. La verdad es que la opinión pública norteamericana responde con una monumental estupefacción a este tipo de noticias en las que algunos de los presuntos héroes nacionales resultan ser genuinos trincones y los más despreciados inmigrantes, a los que no son capaces ni de escuchar ni tampoco de entender, acaban siendo los que han sacado adelante los mejores adelantos tecnológicos de su industria.