Cornada de lobo
Por santa Cerecita
Cosas veredes... Cerezas sin apear. Esa hemorragia enrojecida que tiñe la arboleda cerezal de las vegas bercianas se queda en las ramas. El ochenta por ciento de las cerezas del Bierzo pasarán este veranito en el árbol engordando tordos y urracas; el precio que se paga no cubre gasto de recogedores, seguro, jornales y la escalabradura cierta que tantas veces acarrea esta fruta de escalera y laborioso ramoneo. Así que el berciano se planta en su dignidad y con el cuerno de avisar en los mercados ha entonado un legítimo tururú. Que venga Cañete con la gorra y que juegue esta partida. Esas cerezas no se malvenden. Y al castillo de esta postura me subo también, que las cerezas napoleónicas del Cúa, Burbia o Boeza, cerezones sobrosos como un pecado gordo, no pueden ser devorados por el mercachifleo agrario. Ante todo, honor a esta fruta excepcional, la cereza más extraordinaria que jamás soñarán los Jertes y Tiétares ni el hortelano del Alberche. La única lástima de esta variedad cerecera es un ligero afeamiento por mancadura de pelleja en el transporte que en modo alguno afecta a su exquisito sabor, esa inundación de azúcares y ácidos que te llena la boca cuando revienta la pulpa entre los dientes, ese golpe de intensidad brutal que vuelve loco al paladar y que abren las ganas de amorrarse al frutero hasta el empacho. Son las mejor cerezas del mundo. No es pasión patriotera; esta variedad afrancesada ha encontrado su mejor empadronamiento en estas huertas. Aquí se llenan de sol y rocío mañanero, se hinchan de carne rosada hasta reventar el lomo. Ahora bien, desconsuela ver pudrirse en el árbol estos besos coloraos, la guinda del reino. Si los tordos tienen libertad para inflar el buche, a la gente deberían permitirle otro tanto y, al igual que se hacía en octubre derrotando cancillas para que los ganados del pobre aprovecharan la otoñada del prado, podrían invitar los bercianos a toda España para que acudan a esta tierra de privilegio y compartan la suerte de sus cosecheros aprovechando la generosidad perdida. Que permitan al viajero coger el fruto que le quepa en un sombrero. Hágase fruta la vieja conseja: El que regala bien vende, si el que recibe lo entiende. Y viva santa Cerecita del Niño Jesús.