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León

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Los museos atiborran fondos, apilan trastos bellos, juntan tallas, cuadros y arte agolpando en la mirada aturdida del visitante tanto unto y dato, que empachan o apabullan por lo general y uno los ve, como mucho, una vez en la vida y en visita al trote (cuando va por andurriales lejanos, porque los de casa están para el cuñado de Valencia cuando viene pelma y nos lo quitamos de encima). El museísmo es movimiento decimonónico que pretendió, y consiguió, dar soluciones a una realidad artística del momento que presentaba graves dolencias: dispersión, lejanía, facilidad de robo o expolio, falta de mantenimiento o cuidados... Así, en las grandes ciudades se podían ver colecciones que de otra forma sería imposible gozar. El ciudadano de entonces, gente de alpargata y diligencia, no podía desplazarse al lugar original para los que fue creado aquel retablo, aquel gran cuadro, una custodia de Arfe... Durante el último siglo los museos crecieron y crecieron, especialmente los diocesanos, ideados para alojar patrimonio del principal propietario artístico de España, la Iglesia, salvando así unos fondos que eran sistemáticamente desatendidos o saqueados en su dispersión de ermitas, parroquias o conventos. Sin embargo, llegó el caso de que ni siquiera estos museos podían exhibir y atender correctamente los crecientes fondos que se han ido acumulando en sus sótanos, mientras su templo original presenta paredes desolladas del arte que fue creado para ellas. De ahí que las nuevas corrientes sobre patrimonio contesten hoy la necesidad de los museos. Europa quiere ahora detener una compulsiva concentración de arte que viste a uno desnudando a muchos, cuando sólo puede ser realmente apreciado y entendido en su sitio, su cuna. Hoy la gente puede desplazarse, hay sistemas de seguridad para garantizar su integridad y mantenimiento y, así, esos pueblos ajusticiados podrían rentabilizar su patrimonio. Sin embargo, la museítis inflama las glándulas políticas y se promueven museos de toda índole: cestos, botijas, minas, refajos... La Vecilla anuncia uno ferroviario, el tercero en León. Demasiado museín. Poquita cosa cada cual. Hágase uno de verdad y recuérdese siempre que más caga un buey que cien golondrinas.