Cornada de lobo
Siomesí... home no
La sangre de una cultura y de su gente son las palabras. Si la palabra se muere, la cultura se seca... y entonces un pueblo desaparece o hay que talar la higuera. Las palabras se maman de la madre, engordan en la cocina y se hacen catedráticas en la calle de la vida. Ahí se acunan en las rinconadas o ruedan rúa abajo, se abollan o se pulen. Las palabras caen heridas cuando la madre muere. Y si la madre vive en la leche del catecismo oral, las palabras hacen clan y después hacen nación. Pero también los clanes mueren, la tribu se dispersa y el viento se lleva sus sonidos al desierto de una tumba en la cuneta del diccionario. Esto es lo que viene ocurriendo con todas las hablas cazurras propias de aquí y de allá, de la Cabrera o Sajambre, Bierzo o Chaciana; y Babia con la suya; y la Valdería valdornense o los campos parameros, que tienen su propio palabrario de pellejo antiguo... González-Quevedo González, profesor oriundo y gran estudioso, acaba de publicar su Vocabulario de Palacios del Sil, tierra que engorda las aguas gallegas de un río puesto en el mapa para acarrear caudales que después roba la fama del Miño y la Academia da Lingua Galega. El trabajo de recuperación de voces y expresiones de este valle alto es ingente y encomiable. Su libro se convierte en impagable inventario de la riqueza y pluriformidad de las tierras fronterizas (inventariar y catalogar lo que queda de la cultura leonesa es tarea básica y aún pendiente, pecado imperdonable de una etnografía oficial y cazurrera que no pasa del refajo y de poner un cascabel a la gata). Las voces que se recogen en este libro se mueren cada día y, antes de extinguirse la próxima generación, habrán fenecido del todo. Estamos siendo testigos de un entierro. Muerta la economía y vida rural que las creó, ya no valen. ¿Todas inútiles?... Lo niego. Muchísimas de estas palabras suenan todavía con sentido y, no pocas veces, con una belleza inigualable. Valen. Yo las entresaco y las siembro o las replanto para que alarguen su vida y distancien la muerte. Elijo en sorna y por emblema una voz aquí recogida, «siomesí», apretura de «sí, home, sí», cínica conformidad que recuerda al «home no» que tanto cuelga Quirós de su verbo en gracia.