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Publicado por
León

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Me lo contó un día Manolo, el del Racimo, y como es domingo de estío estirado en siesta y propicio para el cuento, a contártelo vengo (altero escenarios y cosas insustanciales por no delatar). Y es que apareció en el periódico un suelto, una gacetilla de esas de rendevú provinciano en la que se daba cuenta de las bodas de oro de un matrimonio de Prado de Sobrepeña; con coletilla: este popular matrimonio tiene a gala no haber discutido jamás en su dilatada vida conyugal. Para frotarse los ojos. Increíble, admirable, se dijo el menda de una televisión local, que vaya un cámara y Maricrú a hacerles un reportaje, venga, a la voz de ya, ¡cohone! (é andalú er gashó). Y allá se fueron. Localizaron la casa de la anciana pareja. El paisano no estaba; quizá esté dando una paseo con el cura, vaya usted a saber, dijo ella. Pues empezamos la entrevista por usted misma: a ver, que no han discutido jamás no lo cree madie. Pues créame, señorita. ¿Ni una bronquilla doméstica, un enfado conyugal al menos? Ay, Jesús; nada. No puede ser. Y le diré que nos sale de natural, no tiene mérito. O sea, felices como el día de su boda, precisó la sagaz Maricrú. Y fíjese qué boda, chispeó la anciana con melancolía y resignación, que nos fuimos de viaje de novios ¡a Sahagún!, ya ve, y en carro, uno bien entallado que hacía un garlopa de Sahechores; y una mula poco torda y demasiado vieja (la paisana tenía carrete y la dejó seguir), de manera que al día siguiente de casarnos, de madrugada, aparejó el carro con la acémila, acomodamos el escaso equipaje y, pitipiti, caminito de Sahagún. A las dos leguas, la mula trastabilló el paso y dobló la pata con riesgo de volcarnos. Entonces, mi marido, sin alterarse demasiado, exclamó «uuuuuna». Seguimos viaje y, al poco, otro tropezón del animal, otro susto. «Doooos», susurró mi marido. Con esfuerzo se alzó la acémila, pero a la entrada de Sahagún dobló de nuevo la mula y casi parte la vara. Al cabo, mi marido dijo «¡y trees!», buscó en el doble fondo del carro, sacó de allí una pistola vieja, se apeó, encañonó a la bestia y pam, pam, pam, con tres tiros la dejó allí tiesa. Entonces, sorprendida, le dije «pero, marido, ¿por qué has matado a la mula?» y, sin descomponer el gesto, me respondió «uuuuna»... y hasta hoy.

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