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Publicado por
León

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En la muerte de Marilyn tuvo algo que ver Ruiforco de Torío. De ello estoy convencido. El Fbi ni olió esta conexión entre la ribera querida y la diosa desnuda muerta en la cama, cuarenta años ha. El día que se despidió la Monroe fue noche. Era sábado y aquí el día siguiente cuando el tropel de la excursión familiar nos llevó a unos veinticinco de la cuerda de la sangre hasta una finca en Ruiforco, huertón de nogal y ciruelos, parrita, perales corujos y una presa de bocado de agua que allí mismo engullía un viejo molino al que supongo hoy con quiebra en sus muros o fosilizado de función. Poco antes de comer tarteradas y empanaduras, dispuestos allí bajo la sombra de los frutales, el transistor dió la noticia que sonó a campanario de difuntos: Marilyn había aparecido muerta en su cama con un frasco de barbitúricos vacío y el teléfono en la mano. Sobrecogió entre los adultos la mala nueva y cuchicheaban seguramente los ribetes morbosos del asunto y la lógica de los acontecimientos después de las escalabraduras morales que sin duda acumulaba en su carrera el furción más seductor de la pantalla y de todas las pantallas. Esto sostenía el sector fundamentalista de misa diaria en San Isidoro, pero mayormente hubo pena, mucha pena por ver apagada aquella mirada miope que era un trinomio cautivador de ingenuidad perversa, melancolía condolida y pícara malicia. Diez años tenía aquí el chache y, aunque sin mariposas aún en las ganas y sin sexo apuntado, también Marilyn hizo su altar en mis recuerdos, un hito con mito, la inmortalidad de una vida segada en el esplendor. ¿Y qué tuvo que ver Ruiforco en todo esto?... El tío Vitalino, sabedor de ciencias y farmacias veterinarias, señaló unas plantas raras que allí se cultivaban y dijo «eso la mató». Era la flor del opio, un cultivo de adormidera entonces legal y controlado por la autoridad. El bloqueo internacional a Franco llevó a cosas así porque no llegaba morfina de fuera (con el lúpulo ocurrió otro tanto). De manera que durante años estuve convencido de que las pastillas que despacharon a la Monroe estaban hechas con aquello que crecía en Ruiforco, sonajeros cargados de la semilla del sueño. Cogí una adormidera seca y desde entonces la conservo. Suena.

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