Antonio Núñez El paisanaje
Más currantes en el Inem
Según la Encuesta de Población Activa (Epa), León ha vuelto a perder en el último año 4.300 empleos, colocándose en el segundo puesto, pero por la cola, en el ranking de tasa de actividad de las regiones y provincias de España (porcentaje de población que encuentra curro, lo que sin duda es el trabajo más arduo). Hace pocas semanas el Instituto Nacional de Estadística (Ine) vino a decir también que el padrón de leoneses ha caído esta década en más de 37.000 habitantes, pasando de 525.000 a sólo 488.000, de los que un tercio son pensionistas, otros tantos estudiantes, amas de casa o parados, y sólo el resto, apenas la otra tercera parte de la población, tiene empleo por cuenta propia o ajena (el bar de la esquina, el camarero y el empleado del Ayuntamiento que les cobra la contribución a los dos). Y teniendo igualmente en cuenta que no menos de un tercio del tercio de población que trabaja -a ver si no nos perdemos- lo hace para el Estado, la economía provincial es lo más parecido al milagro de los panes y los peces: cada currante debe mantener a un pensionista y, en la empresa privada, cada dos a un funcionario, sin contar a los hijos y a Harry Potter. Rato tendrá en la cabeza una portentosa calculadora que le dice que España va bien, pero aquí éstas son las cuentas de la vieja. ¿Cuatro mil y pico empleos menos? Lo raro es que quede todavía alguno. Porque, descontadas las prejubilaciones mineras (casi doce mil trabajadores menos), la reconversión agraria (como mínimo treinta y tantos mil), lo de Renfe, Elosúa, la Vidriera, ahora Antibióticos, etcétera, ésta es una provincia que no va a dar un palo al agua a partir de la próxima generación, condenada a mirar para las alpabardas, también llamadas eufemísticamente «turismo rural»: natural, aquí no hay playa. Tiempo atrás, pongamos que hace quince o veinte años, cuando la cosa se veía venir, la clase política local pudo haber dado la voz de alarma y tomar, como dicen los bandos del alcalde, las medidas pertinentes. ¿Que había que cerrar las minas porque están subvencionadas al buen tuntún y el gas argelino salía más barato, paisa? Vale, pero el señor minitro debió poner antes sobre la mesa un mapa de explotación racional de canteras de pizarra y mármoles, porque sitio y ganas de seguir cavando era lo que sobraba. La prueba es que ya se están forrando con ello unas pocas empresas, eso sí sin más planificación que la de ir por su cuenta y riesgo. En la Cabrera, por ejemplo, se hartan de fletar barcos y camiones de pizarra a Francia y a cualquier país de Europa con tal de que llueva, cosa nada rara por ahí arriba, en tanto que el gremio de marmolistas comienza a despuntar fuera de las tapias del cementario de Puenta Castro por las fachadas y escaleras que adornan no pocos edificios de El Corte Inglés, los chalets de las hermanas Koplowit y, en plan oferta, urbanizaciones de adosados (o acosados, pero todo se aprovecha). Algunos marmoleros de la Fele enseñan un mapa de potenciales canteras en la zona norte de León que no tiene desperdicio, aunque falta todavía un barrenista en la Junta que les eche una mano. En cuanto a la agricultura, es bien cierto que sobraban a manta, y a precios de saldo, alubias argentinas, remolacha y lúpulo alemanes y leche en polvo francesa como para arruinar los antaño envidiados regadíos leoneses. Pero faltó también un ministro del ramo que, en vez de reconvertir los cultivos en choperas y a los agricultores en prejubiletas, hubiera copiado a los de Lepe para producir mejor y más barato. En Andalucía resolvieron el problema de la escasez de agua, que, encima, se les evaporaba por la calor, tapando las tomateras con bolsas de plástico: o sea, construyendo hectáreas y hectáreas de invernaderos, al lado de cada cual hay ahora aparcado un mercedes. Por el contrario, aquí faltó uno capaz de discurrir algo así como, «si el problema para la agricultura intensiva son las heladas, protejamos al campo con una gran boina para combatir el invierno con invernaderos, como su propio nombre indica». En cambio, se optó por dejar correr las cosas y, ya de paso, que el agua de los regadíos de Riaño corriera también hacia Valladolid. Cuando la provincia todavía tenía arreglo a los políticos sólo se les ocurrió tomar un café en San Marcos, que fue llamado pomposamente Pacto por León. Y lo único positivo, según el director del hotel, fue que pudo salvarse la vajilla.