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Antonio Núñez El paisanaje

León turístico

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León

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Se acabó. Mañana todos al tajo. La operación retorno devuelve al personal fresco como una rosa y la gente, ya en casa, se apresta a dar la tabarra al prójimo contando las mil y una batallas de las vacaciones. España rebosa hoy de vídeos grabados de costa a costa con los que millones de cabezas de familia explican a su cuñado la feliz elección de tal o cual lugar paradisiaco, a ver quien de los dos gana. En Madrid, por ejemplo, sólo se oye decir: «no os lo vais a creer, machos, pero estuve en un sitio donde, por la edad, todos se parecían a Chanquete, aunque sin playa. Cuesta trabajo llegar porque sólo tienen una autovía que va al Finesterre, pero, desviándose a medio camino, no tiene pérdida. En la guía vienen dos pueblos que se llaman Astúrica Augusta y Legio Séptima, donde debieron perderse los últimos romanos, porque otra explicación no cabe. El año que viene hemos quedado mi mujer y yo con Asterix y Obelix, aunque por aquellos caminos de cabras dicen que también se puede encontrar a Caín». Y un catalán: «siguiendo hacia el oeste la ruta del tren shangai Barcelona-La Coruña, que va justo al contrario de la brújula de Marco Polo, dimos con una tierra donde no se parla catalá, sino un dialecto que dicen llingua lleunesa desde los tiempos de Adán, según un tal Abel (Pardo)». Y un gallego: «no sé si subía o bajaba de La Coruña a Madrid, pero a mitad de la escalera, digo de la autopista de Fraga, pasamos por un sitio donde, en vez de pulpo, comían garbanzos. Por Ponferrada vimos también a muchos mineros soplando la gaita a falta de otra cosa. En cuanto al clima, este verano ha llovido allí más que en Santiago, manda carallo». Y, por último, un vasco guipuchi: «Ahí va la hostia, Patxi, el adelanto que nos llevan en un caserío a trescientos kilómetros de Donostia, pues, según coges en Bilbo el tren de vía estrecha del carbón. No lo vas a creer, pero te apuesto una merluza a que tienen allí mil tabernas en menos de las Siete Calles. El problema es que a Garzón se le ha adelantado el alcalde Amilivia, toma nota del apellido, y las cierra a las cuatro. Hay también algo de kaleborroka, pero no pasan de quemar un par de contenedores». Así debe ser, más o menos, como nos ven por ahí fuera, sin contar las promociones del concejal de Turismo, señor Cantalapiedra, que tiene traumatizados a los chinos con lo exotérico, que no exótico, de la Semana Santa. Pero eso fue en abril. En cuanto a las vacaciones de los de aquí, ni siquiera hace falta pasar del cruce de Michaisa. Para conocer mundo también en León el que más y el que menos tiene un cuñado cosmopolita, que, después de emigrar donde Jordi o Arzallus y, si era maragato, a los madriles de Ruiz Gallardón, donde hace generaciones que los de Astorga tienen el monopolio de las pescaderías y que cada verano no se privan de viajar de allá para acá, mayormente en dirección al pueblo. «Chaval», suelen decirte con displicencia, «yo ni me molesto en sacar la cámara de vídeo. Eso queda hortera hasta en las primeras comuniones de Vallecas. Pero te juro que, nada más pasar Astorga y Benavente, da gusto el país: no hay más que autopistas y moros haciendo autoestop». El pariente suele concluír con «lo de que el turismo rural no da leche ni para las vacas locas y hasta los pollos de Carrefour se crían ya con aire acondicionado, pero, si quieres, cúrame la matanza, porque yo me largo hasta el año que viene». El final del verano resulta harto deprimente en todas partes, pero más en León, donde, como es fama, sólo hay dos estaciones: el invierno y la de Renfe. Incluso los pocos de aquí que pueden permitirse el lujo de hacer turismo regresan a casa maltrechos: Epifanio, el parado, porque se le acabó el contrato eventual de camarero en Lloret de Mar; los viejos del Inserso porque tienen reuma todo el año, menos los quince días que pasan en Benidorm; y los demás porque la renta provincial per cápita no da para llegar más allá de Cudillero, donde, si no diluvia cuesta arriba, hay que nadar cuesta abajo. Para levantar la moral de los leoneses vino esta semana cierto turista de paso, como de media hora, José María Aznar, que se hizo cientos de vídeos en Cembranos y Chozas, se conoce que de recuerdo. De la escuela de pilotos, nada. Y a los lugareños, que ya sabemos cómo nos consideran los de Madrid, los gallegos, los vascos y los catalanes, sólo se nos ocurre una pregunta: ¿será que este tío, encima, nos toma también por gilipollas?.