Meapilas solidarios

Se han unido para decirlo a los cuatro vientos. Los países pobres en la cumbre de Johanesburgo. El Banco Mundial. Y oenegés que van más allá de la mani de los domingos seguida de porrete-litrona o cañita/vermut-ración de bravitas, según edad, condición social y corte de pelo. Vamos, que lo que hunde al tercer mundo en la miseria no es la globalización de salvajes capitalistas sino la rapiña de las subvenciones a desastrosos productores en el primero. Lo que dicen estos países asfixiados por propios y extraños es que los pijos progres de camiseta cheguevara, los sindicalistas de puño en alto y racial y varonil ducados, los gamberros de toda la vida autodenominados radicales, y demás excrecencias revolucionadas, se metan su 0,7 por donde les quepa y, por el contrario, dejen de subvencionar con dinero público sus ruinosas agriculturas para exportar sus producciones por debajo de coste. Y que eso sí que es inmoral. El tercer mundo no quiere caridad -eso que los horteras llaman ahora solidaridad- sino trabajar y poder exportar sus productos. Los mismos que exigen justicia para los pobres son los que les tiran sus cajas de fruta, y chupan del dinero de todos para autoalimentar su propia ruina y así mantener la de los otros apoyados por una turbamulta de pazguatos que se gastan más en costo en un fin de semana que una familia campesina de Marruecos en comer durante un mes. Pero repugna la hipocresía de esos izquierdistas a la violeta que dan unas pedradas reales o tácitas al McDonald''s y después van a cobrar el talón de la subvención con que podrán seguir comiendo caliente, justificar el diezmo y exportar por debajo de coste para desesperación de los que sólo quieren cobrar por lo que hacen. Claro que del «ande yo subvencionado y muérase la gente», siguen con sus banderas y sus puños, el insultante fariseísmo santurrón de los profesionales de la beatería multicultural, y su falsa y vacua cantinela solidaria.