Rosa Villacastín A LA ÚLTIMA
Qué hacemos con nuestros mayores
Durante los últimos meses hemos asistido a un goteo continuo de muertes de ancianos cuando estos se encontraban solos en sus domicilios. Sólo en la Comunidad de Madrid han muerto 70 en lo que va de año. En la mayoría de los casos fue el mal olor que emanaba de sus casas lo que alertó a los vecinos de que algo extraño estaba ocurriendo al lado. El resultado que no puede ser más desalentador demuestra hasta qué punto nos hemos desentendido de nuestros mayores. Y digo que nos hemos desentendido si bien es verdad que los familiares tienen una gran responsabilidad también la tienen las administraciones públicas. Hay muchas razones por las que la gente mayor decide vivir en su casa en vez de hacerlo en una residencia de ancianos o en compañía de los hijos. La primera porque el cambio, salvo que sea por motivos de salud o de motu propio, suele ser siempre bastante traumático. Prefieren vivir en su piso de siempre, con sus recuerdos de toda la vida, en vez de hacerlo en un lugar donde no conocen a nadie porque la edad para hacer amigos se les ha pasado. Respecto a los familiares es muy difícil juzgar las razones por las que un hijo se despreocupa de su padre. El trabajo, las distancias, el egoismo, la falta de espacio suele ser la causa de que no vivan con ellos pero nunca de que se olviden de ellos. En este tema como en tantos otros la incorporación de la mujer al trabajo que era sobre la que recaía la responsabilidad de atender a los suegros o a los propios padres, ha contribuido a que se produzcan determinadas situaciones. Pero esto no tiene vuelta atrás deberíamos exigirles muy seriamente a nuestros políticos, más ahora que se avecinan unas elecciones municipales, que parte del suelo público se dedique para hacer ciudades de la tercera edad, puesto que lo que faltan son residencias públicas. Vergüenza me da ver algunas residencias de ancianos, pegadas a las autopistas, y construidas en un páramo donde por no haber no hay un kiosko donde tomarse una coca cola. Enviar a un anciano a la carretera de Andalucía, por ejemplo, a ciento y pico kilómetros de Madrid, a un lugar de donde no puede salir porque el ruido de la autopista es infernal, debería ser motivo más que suficiente para inhabilitar por una buena temporada al político de turno.