Diario de León

Cornada de lobo

Las gastamos en casa hoy

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León

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Bailan (y si sólo bailan, ¿por qué las llaman cantaderas?) unas rapazas en corro al dictado de los giros que ordena la sotadera (que viene de sota y quiere decir putera) rememorando la liberación del tributo de las cien doncellas, que era el iva anual en carne que estas tierras de frío dogma tenían que pagar al rey moro antes de la batalla de Clavijo, tras la que se exoneró a los cristianos de este impuesto tan cachondo que dejaba a la masculinidad rampante y a la nobleza leonesa en bragas rotas como perfectos calzonazos que demostraron ser, como consentidos, cornudetes y cabronazos, vaya tropa, vaya ganao que ahora es homenajeado en festorrillos medievales y honra pija, teatrera mentira, sueros macarras, condes lerdos, historia anestesiada y corrupta, paletos dememoriados los que hoy les imitan. Y con el rito de las cantaderas recuerdan en celebración aquella infamia, que no fue tanto el tributo, como su liberación, aquella redención de tasas que chafó el futuro de tantas chavalonas del barrio de Santa Marina y de las calles canónigas para las que ser tributadas en doncellez como huríes del rey moro no era tanta desgracia y quebranto. Bien al contrario, para más de diez y más de cuarenta, su destino cordobés era una lotería, la salvación. Todo lo que les pudieran hacer los moros ya se lo hacían aquí por la cara y con guantazo pastorón el señorito o el deán, pero allí les daban perfumes, tenían bañeras, telas de colorines y babuchas de cordobán; incluso algunas cazurrinas harían gala de sus artes y pillarían en matrimonio (como así se demuestra en muchos casos con infantes almohades y almorávides) lo que aquí jamás soñarían como criadas o súbditas de pernada y acarreo. De modo que librarlas de aquel tributo fue condenarlas al frío, a la roña, al zaguán de servidumbres, al rezo musitado y al mantón de clausura, al huerto de ajos y no a los cármenes de alhelí y peonía, fontaniles y granados. Qué gran putada. Resultó con ello que lo que fue una liberación escondía claramente una condena. Y así, cuando le preguntaban a un tenderón por la hija pequeña que le acompañaba en el negocio, indicándole si se había casado, podía responder el muy cazurro: no, desde que quitaron el tributo, a esta la gastamos en casa.

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