Diario de León

Cornada de lobo

Pública devoración

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León

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Europa demora. Queda prohibido o embargado el dinero público para investigación con células embrionarias. Habrá base científica y ontológica en este acuerdo político, pues la manipulación genética y el diablo con bata abren con estas células la puerta de un abracadabra científico de mucho espanto, pero parece un poco hipócrita cerrar esa entrada a la investigación pública, cuando la privada (los yanquis en cabeza) correrá que se las pela por esta senda de los milagros. Con acuerdos así, la moralidad flota y respira, pero la oportunidad se refugia en los sótanos privados donde las investigaciones seguirán su imparable carrera hacia el gran negocio, porque la sanidad en los países donde restalla la tralla liberal es precisamente eso, negocio crudo, el mejor, a millón el jeringazo, siete kilos por un páncreas, la repera en caja. Lo público, el común, los intereses generales y el patrimonio colectivo son expresiones que hoy causan hilaridad en las trastiendas de las decisiones y en el santuario de la propiedad privada. Se delata, incluso, un creciente desprecio hacia todo lo comunal, lo vecinal, la entidad ciudadana entendida como la primera y más sagrada globalidad. Les sobra o les estorba. Y empieza ese desprecio precisamente en aquellos pueblos -como estos que aquí ves, oh, Fabio, en su aflicción- que renacieron medievalmente con fórmulas concejiles, con patrimonio común y ordenanzas taxativas que regulaban y mimaban los intereses públicos como única garantía de perviviencia. En estos pueblos de Dios nos coja confesados se malbarata lo común, se vende o se parcela, se permuta y se relega. Pasa lo mismo con el agua, ríos y caudales, que son comunes en su definición y, tantas veces, privados en su uso o disfrute. ¿Por qué, entre tantos saltos hidráulicos y minicentrales, no existe un solo kilowatio de titularidad pública?... ¿Y que decir del viento? ¿Hay algo más común y público que el aire que nos despeina? ¿Cuánta generación eólica es pública?... En países desarrollados, lo público enfada porque puede y debe ser controlado, mientras que la esfera privada y su cambalache están al margen de cualquier fiscalización. O sea: Cuando sólo había calderilla, compartíamos; y desde que apareció un billete, nos devoramos.

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