Así se ‘cocina’ el Libro Leonés del Año
Los autores de ‘Sueños de luto’ explican el proceso de elaboración de la obra que reveló cómo fue la guerra en Babia
cristina fanjul
Una carta de Elías García-Lorenzana, líder de los republicanos de la zona, enviada en 1940 a la familia de Joaquín Hidalgo, buen amigo suyo y republicano como él, que había sido paseado en 1936, brinda detalles de su huida para evitar un seguro triste destino junto a su hija, una noche de agosto de 1936, ante la inminente llegada de fuerzas falangistas y tropas partidarias de la sublevación. Partiendo de esos datos, se buscaron fotografías de ambos para plasmar su marcha de su casa de San Emiliano, donde regentaban el negocio más importante de la comarca: fonda, panadería y almacén de ramos. El inmueble, que sería asaltado inmediatamente y convertido en cuartel de Falange, y terminaría arrasado e incendiado, no se parece nada en la actualidad. Por esta razón, se buscó una fotografía de la época para plasmar con detalle su aspecto original.
Sueños de luto, de Víctor del Reguero y con ilustraciones de Carlos Rodríguez Casado, acaba de ganar el premio al Libro Leonés del Año que concede la Diputación. Los artífices de la obra muestran a los lectores de Diario de León la intrahistoria de un relato que recupera los primeros días de la Guerra Civil en Babia, un paraíso que la contienda convirtió en un escenario congelado por el terror.
Destaca Víctor del Reguero que la explicación de la originalidad de la obra —que cose el tapiz de los primeros días de la guerra en el valle a lo largo de 16 historias— está en su subtítulo: Estampas y Derrotas. Y es que el trabajo conjunto de Víctor del Reguero y Carlos Rodríguez Casado ha logrado que las fotos de los protagonistas mostradas por primera vez se convirtieran en un relato por sí mismas. Destaca para explicarlo el autor el capítulo dedicado a Víctor Pérez, el habanero, último alcalde republicano de San Emiliano. Detenido y asesinado en ese mismo pueblo en 1936, su familia aún no sabe con certeza el lugar en que fueron enterrados sus restos. Su nieta Tina, que conserva la memoria de su abuelo, conserva la única fotografía que existe de él, muy pequeña y deteriorada, pero suficiente para extraer sus rasgos y plasmar en una ilustración a este fumando y esperando bajo la luz de una bombilla en la improvisada cárcel de San Emiliano. Fue lo que hizo, en silencio, las horas previas a ser ejecutado, detalle relatado por una de las mujeres allí encarceladas que le vieron.
Explica Víctor del Reguero que el libro está centrada esencialmente en la incidencia que esta tuvo en los maestros. «Los ojos llorosos de una niña intentan simbolizar la tristeza de lo que se vivió y reflejan el símbolo por excelencia de Babia, Peña Ubiña», añade como explicación a la portada de la obra.
Manifiesta Carlos Rodríguez Casado que el reto de Sueños de luto —el tiempo apremiaba— le permitió conocer la guerra desde una perspectiva que nunca se había planteado. «Antes de eso, habíamos iniciado en El Español un proyecto llamado El folletón, que era algo parecido. Pero lo tuvimos que interrumpir y me quedé con muchas ideas sin desarrollar que pude aplicar a esta obra», dice. El autor enviaba a Casado el texto y él dibujaba un primer boceto que, tras una discusión final entre ambos, se hacía realidad. «La ilustración que más me costó fue la que realicé de Ramiro Álvarez», destaca para explicar la acuarela que abre el libro junto al episodio Nostalgia de Babia. «En todos había algo que me lo hacía más sencillo, pero en este caso tardé en lograr la mirada melancólica que requería el dibujo. Decidí que debía ser una mirada a la nada»... La imagen de Ramiro Álvarez, un joven ilustrado originario de Piedrafita de Babia que se vio obligado a exiliarse a raíz de la guerra, fue extraída de la documentación que da fe de su entrada como asilado político en México en 1940, y se sobrepone a una escena de Piedrafita de Babia, su pueblo natal, en una fotografía de época. Otros elementos, como las mujeres lavando la ropa o los segadores, dan a la escena un aire de verano, y las tonalidades sepias con que el ilustrador optó por bañar toda la imagen intentan simbolizar la nostalgia que el exiliado tuvo durante toda su vida hacia su patria chica.
En estas páginas aparece la fusión que se hizo para la historia de Ignacio Menaza, minero en Laciana, cuya muerte desencadenó uno de los episodios de los que más se ha hablado y del que menos se conoce: el asesinato de las enfermeras de Astorga. Menaza era uno de los milicianos del batallón republicano que copó a las fuerzas golpistas en el Puerto de Somiedo entre el 27 y el 28 de octubre de 1936. Documentación inédita ha permitido conocer que Ignacio Menaza fue uno de los milicianos que se acercaron con una bandera blanca a la comandancia de los sublevados, donde sin respetar su gesto de paz fue detenido y asesinado con crueldad junto a otro compañero. La acuarela lo sitúa en ese momento, utilizando para esbozar su cara la única fotografía que existe de él, junto con una fotografía de las casas del Puerto de Somiedo en la época, cubiertas de paja, a las que se añadieron algunas llamas buscando el realismo de aquellos acontecimientos, pues durante más de un día se prolongaron los tiroteos y lanzamiento de dinamita hasta que los republicanos dieron por controlada toda la zona y detuvieron a toda la plana mayor y las enfermeras, a quienes se llevaron a la vertiente asturiana.
Carlos Rodríguez Casado le dio muchas vueltas al boceto de Joaquín Hidalgo, asesinado por los falangistas. «Nunca dejé de pensar el respeto con el que debía abordarla porque es el padre de alguien, el abuelo de alguien», relata.
Guzmán Álvarez, el motor
Una frase desencadenó el proyecto, la frase de Guzmán Álvarez. «Dámaso Alonso, que era su director de tesis, le dijo que su única posibilidad era Barajas». explica Víctor del Reguero, que añade que antes de su exilio había escrito la obra Estampas de Babia, que se abre con la frase El sueño de los jóvenes se ha vestido de luto. De esa memoria surge un libro en el que la historia se hace dueña de los relatos que, como estampas congeladas en el tiempo, muestran al lector de qué manera se precipitaron los capítulos de la guerra en Babia. «Nuestra idea desde el principio fue respetar al máximo a las personas y los lugares que protagonizaron aquellas escenas, lo que lleva al autor a estudiar de manera pormenorizada los objetos, las cualidades, incluso de las emociones que tiñeron la atmósfera de los pueblos babianos. «El libro es un conjunto de estampas y derrotas que la guerra dejó en Babia. Esencialmente centrado en la incidencia que esta tuvo en los maestros, los ojos llorosos de una niña intentan simbolizar la tristeza de lo que se vivió y reflejan el símbolo por excelencia de Babia, Peña Ubiña», describe Víctor del Reguero para explicar la portada de Sueños de luto.
Una de las ilustraciones más clarificadoras de la obra, que se convierte por sí sola en la mezquindad de todas las guerras es el que presenta a los hermanos Fidalgo, protagonistas de la vida Babiana, que mutaron sin empacho de piel ideológica en tres ocasiones, como traidores a la historia. Y se consigue con una badera que ondea rojo o morado según golpea el viento.