Diario de León

Antonio Núñez El paisanaje

Se comporten, coño

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León

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La señora presidenta del Congreso, doña Luisa Fernanda Rudí, que tiene nombre de heroína de Zarzuela, ha propuesto a los partidos representados en el hemiciclo pactar un «código de buena conducta» a fin de que los discursos y las maneras de sus señorías estén a la altura parlamentaria conveniente y no a la de la barra del bar. Al parecer, la gota que colmó el vaso presidencial fueron ciertas alusiones al traje fuscia -sin erre- que lucía cierta diputada del PP, dicen que aún de buen ver, por parte de un colega del PSOE, el cual, a su vez, fue recriminado por otro del partido del gobierno a causa de la corbata y la chaqueta azul marino, que, como parecían de primera comunión, no merecía más que una hostia, así como suena. Es una lástima que los cronistas parlamentarios apenas hayan aireado el incidente, que, sin duda, tiene para el pueblo llano más morbo que las curvas del paro, los requiebros de la Bolsa y los arrumacos y desplantes entre el ministro Zaplana y los sindicatos sobre el famoso decretazo de Aznar, firmado en vísperas de la huelga general, como cuando el cubano Batista, entrando ya Fidel Castro en La Habana, dijo aquello de «de morir jodidos, morir jodiendo». La propuesta de la señora Rudí tampoco ha tenido eco entre los grupos parlamentarios, afanados como están en afilar las navajas cabriteras de las próximas elecciones municipales -y los hay muy cabritos- a ver quién llega mejor a la yugular del otro. El que más y el que menos de sus señorías ha ido a colegios de pago, por lo que también todos están sobradamente preparados para desarrollar de mayores la dialéctica del patio colegial de los reverendísimos hermanos y hermanas del Pilar, maristas, agustinos, etcétera, y no digamos de las escuelas públicas: caca, pedo, pis y culo. Otros argumentos, al cabo de los años, no se oyen en el congreso ni en el Senado. Lo mejor es que doña Luisa Fernanda dimita. La oratoria parlamentaria en España, al menos desde la transición, no se ha caracterizado precisamente por un estilo aúlico y biempensante, como antaño el de Donoso Cortés, sino que se inspira directamente en Ramoncín, aquel rey del pollo frito de Vallecas, o en Loquillo y los Trogloditas. Así, entre otros grandes maestros, sólo ha dado a Alfonso Guerra -dales caña, compañero- que en su día bautizó al presidente Suárez como «el tahúr del Missisipi» o al ministro prematuramente canoso Pérez Llorca como «la zorra plateada», no mucho antes de que Tejero inaugurara también su famosa sesión del 23-F con lo de «se sienten, coño». La escuela fue retomada luego por el PP con la no menos convincente frase de «manda güevos, Manolo, traeme la maza», de Federico Trillo al ujier en otra memorable votación, cuyo contenido ya nadie recuerda, salvo por la frase histórica. El código de buena conducta en las intervenciones públicas de la clase política que reivindica la señora Rudí llega tarde. En provincias incluso tan remotas como León, donde la civilización y el progreso nos viene por Operación Triunfo, con cinco años o más de adelanto sobre las autovías y la escuela de pilotos, hasta el alcade más elemental tiene que afrontar el siguiente debate, sobre poco más o menos, cuando, por fin, se apresta a arreglar los baches de su pueblo. Por ejemplo, empieza un tal Amilivia: «comunico a la Corporación que, aunque andemos escasos de recursos, vamos a taponer por fin este año el dichoso bache». A lo que rapidamente responde Alejo, uno de la oposición con la barba siempre a contrapelo: «lo que pasa es que es usted un especulador de baches del centro, mientras que mi partido exige uno al lado de cada vivienda social y, si no hay bastantes para bachear, que los caven primero». Así las cosas el turno de la palabra en el Pleno municipal suele concluir con el portavoz de la UPL, señor De Francisco, reivindicando que se plante, como mínimo, un capullo en cada socavón, lo mismo que en el Pisuerga de Valladolid -para eso controla la concejalía de Medio Ambiente- donde son todos unos socabrones centralistas, otra vez perdón, o, en el mejor de los casos, simples esquejes del PP y el PSOE de Madrid, sin lo que hay que tener etcétera. Al final suele pasar que, en vez del pueblo, sólo crece el bache. Se le ocurre a uno que el Gobierno podía empezar los decretos del BOE con un «por los mis c...» y Zapatero las alegaciones con un genérico «me cagüen». Ahorraríamos tiempo.

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