El carbono en la recuperación agrícola
Los suelos se han convertido en uno de los recursos más vulnerables del mundo frente al cambio climático, la degradación de la tierra, la pérdida de biodiversidad y el aumento de la demanda de producción de alimentos. A pesar de los enormes progresos científicos realizados, la protección y el monitoreo de los recursos del suelo a niveles nacional y global enfrentan desafíos complejos que restringen el diseño y la implementación de políticas sobre el terreno. Con el programa internacional Suelos y Cambio Climático liderado por Francia, buscamos incrementar la cantidad de materia orgánica de los suelos y la captura de carbono, mediante la implementación de prácticas agrícolas adaptadas a las condiciones locales tanto ambientales y sociales como económicas, así como lo propone, entre otros, la agroecología, la agroforesteria, agricultura de conservación o gestión del paisaje. La ambición es incitar a todas las partes interesadas (agricultores, oenegés, gobiernos, industria, academia, etc.) a que se comprometan en una transición hacia una agricultura productiva, altamente resistente, basada en un manejo adaptado de las tierras y los suelos, generadora de empleos e ingresos, y así mensajera de un desarrollo sostenible.
El contenido de carbono del suelo en las tierras agrícolas depende en gran medida de las prácticas de gestión. Si se adoptan prácticas agroecológicas acertadas, las tierras degradadas pueden restaurarse, lo cual contribuye a la seguridad alimentaria, la adaptación y la mitigación al aumentar los sumideros de carbono.
Los suelos son una enorme reserva de carbono (C), acumulando casi el doble de C que la atmósfera. Evitar que el C entre en la atmosfera es fundamental en la labor de mitigación del cambio climático. Los suelos agrícolas ofrecen un potencial adicional en la captación de C, especialmente los suelos ya degradados. Para que esto ocurra, es necesario que los agricultores tomen conciencia de la necesidad de efectuar cambios en las prácticas agrícolas tradicionales, buscando aportar más materia Orgánica, que ésta sea más estable, y/o que retarde su descomposición. Es importante destacar que estas prácticas tienen grandes beneficios tanto en la productividad agrícola como en la mitigación del cambio climático. Pero si el agricultor decide dejar de hacerlas y volver a realizar sus antiguas prácticas, el carbono que se había almacenado en el suelo, es nuevamente liberado a la atmósfera, por lo que es sumamente importante que el cambio sea permanente.
Si se gestiona correctamente, el suelo puede ayudarnos a reducir los gases de efecto invernadero y a adaptarnos a los peores efectos del cambio climático. Pero si no nos preocupamos por el suelo podemos agravar rápidamente los problemas relacionados con el cambio climático.
La agricultura y la deforestación representan alrededor de una tercera parte de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial a partir de actividades humanas. El drástico efecto del cambio en la utilización de la tierra sobre las emisiones de gases de efecto invernadero pone de relieve la importancia de diseñar estrategias de desarrollo agrícola que reduzcan la conversión de tierras no agrícolas en terrenos destinados a actividades agrícolas.
La inseguridad alimentaria y el cambio climático son, hoy más que nunca, los dos principales desafíos mundiales a los que se enfrenta la humanidad. El suelo es un recurso fundamental para sostener la vida. Es un recurso que proporciona nutrientes, agua y minerales para las plantas y árboles, almacén de carbono y es hogar de miles de millones de animales. Actualmente la cantidad de suelo fértil está disminuyendo drásticamente: estudios muestran que alrededor de un tercio de éstos se están degradando de forma moderada o grave. Al menos el 16 % de las tierras de África se ha visto afectado por la degradación del suelo y, a nivel mundial, 50.000 km2 de suelos se van perdiendo cada año, según la Alianza Mundial por el Suelo. Esta realidad va a dificultar que en un futuro se garantice la seguridad alimentaria de todos ya que los suelos son la base de la producción de alimentos. La capacidad de producir alimentos para nuestra población y para exportar al mundo, en un contexto de cambio climático, dependerá fundamentalmente de nuestra aptitud para mantener con vida nuestros suelos agrícolas. Si se adoptan prácticas agroecológicas acertadas, las tierras degradadas pueden restaurarse, lo cual contribuye a la seguridad alimentaria, la adaptación y la mitigación al aumentar los sumideros de carbono.