Nuria González Rabanal | Decana del Colegio de Economistas
León debe afrontar un cambio necesario
Necesariamente tengo que empezar por felicitar y felicitarnos por el 115 aniversario del DIARIO DE LEÓN. Debemos hacerlo porque, viendo cómo van las cosas en la provincia, parece que este periódico es de lo poco que está sobreviviendo y ha sobrevivido en tan largo espacio temporal. Yo no puedo evocar tiempos pasados o experiencias vividas con él más allá de estos últimos quince años, que son los que llevo de nuevo en León tras un exilio académico y profesional, y puedo decir que lo sigo encontrando cada mañana en el quiosco y que se sigue reinventando para sobrevivir de mil y una maneras distintas. Y haciendo lo de siempre: hablar de León y para los leoneses.
Creo que, tratándose de León con esa huella romana tan marcada, este periódico, al más puro estilo del Acta diurna que Julio César hizo colocar en el foro romano, nos ha narrado lo bueno y lo malo sucedido en nuestra provincia y supongo también que, en cierto sentido, ha actuado como notario de lo más destacable del acontecer provincial.
No son tiempos fáciles para nadie y sobre todo para la prensa, que pasa por un momento económico difícil y que se ve sometida a juicio como nunca, pero en la que los lectores seguimos cada día, ansiosos, buscando la libertad informativa y la verdad sobre lo que acontece, aunque por desgracia a veces esta libertad se vea coartada por el fiero látigo del señor de lo económico, al que todos los medios están sometidos.
Los medios de comunicación, en general, y nuestro DIARIO DE LEÓN en particular, tienen ante sí el reto más difícil al que hemos podido enfrentarnos en estos 115 años: el cambio de paradigma político, económico y social.
Podemos elegir el camino del lamento y la limosna poniendo precio a nuestra libertad o podemos elegir el camino del esfuerzo común y desinteresado
Este cambio ya viene dando síntomas desde hace tiempo, aunque ha sido la pandemia la que ha forzado su velocidad: la transformación estructural de la economía mundial que nos ha llegado de sopetón, la defensa de la democracia hecha desde los extremismos, las inéditas declaraciones del presidente de China en Davos con la aquiescencia sorprendente de Alemania y Francia (los motores de la UE), el fortalecimiento del quinto poder nacido de la maligna combinación entre las grandes tecnológicas y la progresiva destrucción del humanismo; la agonía de la propia Unión Europea —con 27 Estados miembros—, incapaz de generar a tiempo una vacuna y mostrando con ello que más que vieja Europa es una anciana Europa dependiente de los cuidados de terceros países; la maniobra de una Rusia dispuesta a liderar la batalla de la desinformación… un sinfín de alertas que nos deberían servir de referencia sobre el nuevo escenario que debemos digerir a velocidad record.
Y en medio de todo este macroescenario nos encontramos con León, un León que parece vivir al margen de estos grandes cambios, como si el tiempo no transcurriese y que tiende a pensar que lo que pasa en el resto del mundo, pasa… pero ¡en el resto del mundo, no en León! Nos encanta recrearnos en aquello de que «cualquier tiempo pasado fue mejor» aunque sepamos con certeza que de nuestro pasado ya no podemos vivir. Nos lamentamos por todo lo malo que nos pasa y, para mayor autocomplacencia, con frecuencia buscamos quienes —desde alguna de las innumerables atalayas del reino— hagan el papel de plañideras de una realidad económica deprimida y triste, llorando a los señores feudales de otros reinos a quienes muy poco les importa lo que pase aun reino, el de León, que ahora parece mendigo. Convivimos frecuentemente con los celestinos y trovadores locales que con sus cantares y cuentos nada aportan al destino de la provincia más allá del entretenimiento mediático y llenamos la corte del reino con bufones que sobreviven a la sombra del poderoso, desviando la atención de lo realmente importante ante una ciudadanía apática, a cada minuto más hastiada y día a día mermada por la pandemia.
León está en un momento crucial, incluso diría que en una encrucijada. Podemos elegir el camino del lamento, la autocompasión, el discurso demagógico y la limosna poniendo precio a nuestra libertad y, sobre todo, supeditándonos a que otros tomen las riendas de nuestro futuro. Pero también podemos elegir el camino del esfuerzo común y desinteresado. El mundo está lleno de soluciones inventadas a los problemas que tenemos, está repleto de leoneses con carreras de éxito en clara demostración de que nos sobra genética y talento para el éxito y nos falta inteligencia para darle forma y vida. Existen miles de oportunidades, existen proyectos que, por el camino del consenso, la renuncia a la avaricia personal en favor del servicio público, el altruismo, la profesionalidad y el rigor técnico pueden dibujar un futuro para la provincia con oportunidades para todos: para los que estamos y para los que pueden venir atraídos por una calidad de vida y entornos que encandilan a quienes los conocen.
Ojalá el DIARIO DE LEÓN, con su demostrada gran capacidad de adaptación a los nuevos tiempos, permanezca otros 115 años y dé luz y disponga taquígrafos a través de sus titulares de ese cambio que León necesita, para el que León tiene empuje y que todos anhelamos.