Diario de León

Cornada de lobo

En el reino del hortera

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León

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Desde que la fealdad y lo horroroso subieron al altar del arte, el mal gusto suele sentarse en las mesas de las decisiones como si fuera un corporativo más con voz, voto, pata y patada. No parece haber especial pudor en exhibir la horterez más insolente, el diseño barato, la genialidad plástica de un destripatubos, el alarde del mentecato que con un ordenata y poca vergüenza ajusticia a la belleza desde todos los ángulos de una informática que tanto contribuye a la democratización del pedo plástico. Hay más medios técnicos y recursos que nunca para establecer el reino del estilo y del buen gusto y, sin embargo, ocurre todo lo contrario: reina hoy en este estado de cosas el tufo del todo vale, cagarros esparcidos en el suelo de una galería, chorradas pinadas en medio de una plaza, chatarra forroñosa que titulan tacto de jade, y cosas así que, amparadas por la picuda crítica del enterado de turno, alcanzan entonces la calificación de brillantez creativa y futurista genialidad. Y agárrate a la silla con la panda de imitadores que sobrevendrá a continuación. Menos el dinero y la belleza, dice la máxima popular, todo se pega en esta vida. Y un detalle de mal gusto que te atiza directamente en los morros es ese lienzo publicitario que ocupa toda la línea de mástiles frente a la fachada de San Marcos que, gracias a este espantoso pegote de horrísona factura, queda oculta, ajusticiada, insulto a propios y visitantes que durante varias semanas soportaron también en esta esplanada la instalación de un plasticorro abusivo de carpa descomunal que fornicaba cualquier contemplación del monumento y convertía en feria la serenidad plateresca del sitio. Nadie se descompuso por el atentado; nadie pidió perdón. Pero aún parece más grave que alguien utilice los mástiles donde se honran a las naciones y regiones por sus banderas para plantar su propaganda privada, su negocio, ese bofetón colorao y desteñío, trapo plano, qué barbaridad. Con estos precedentes, la municipalidad rampante no tendrá autoridad moral para negar mañana esta misma instalación pública a cualquier gañán que quiera colorcar un cartelón anunciando su garaje de chapa y pintura. No será así; y entonces, además de horteras, consagrarán su injusta arbitrariedad.

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