Diario de León
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josé enrique martínez

La revista Cuadernos del Matemático tocó a su fin en junio de 2018, tras una larga travesía. La fundó y dirigió con tesón y acierto Ezequías Blanco. A su lado, Cristóbal López, que es el que ha elaborado la antología de Los poetas de la venida, «un grupo de poetas con estéticas totalmente heterogéneas... que en un momento dado desembarcaron en la revista Cuadernos del Matemático». Extraño nombre este de «poetas de la venida» para estos bardos que, manchegos la mayoría, empezaron a publicar a mediados de los ochenta y principios de los noventa y que «por ello estamos viniendo de muchas cosas». El subtítulo, Antología muy heterodoxa, se debe, según se apunta, a que no sigue los cánones habituales de las antologías. Sea lo que sea, son catorce los poetas que la componen, con diez poemas cada uno, inéditos cinco de ellos.

Afirmaba Cervantes por boca de don Quijote que «no hay poeta que no sea arrogante y piense que es el mayor poeta del mundo». «Lucien es vanidoso», advertía un personaje de Balzac, a lo que contestaba otro: «es poeta». Los asertos, sean o no certeros, me obligan a citar a todos los poetas de la antología, de Juan Pedro Carrasco a Teo Serna, de Manuel Cortijo e Isabel Flors a Davina Pazos y Manolo Romero, de Miguel Galanes y Gallego Ripoll a Matías Muñoz, de J. L. Morales a López de la Manzanera, de González Moreno a Francisco Caro que fue en su día premio González de Lama con El oficio del hombre que respira (2017), poemario que reseñamos oportunamente en Filandón. Quiero detenerme, sin embargo, en Ezequías Blanco, zamorano, fundador en Getafe de Cuadernos del matemático y director de la extraordinaria e inolvidable revista durante sus treinta años de existencia. Narrador y poeta, en 2020 publicó Tierra de luz blanda. En nota personal escribía que eran poemas que «indagaban en la experiencia del paso por un hospital (...), así como de la esperanza de regresar al mundo y a la vida»; y añadía que las palabras «pasean por el dolor, el amor, la vida y la muerte», pero con «la alegría, aún en los momentos de dolor, nuestra verdad esencial y permanente». Se trata de una poesía sobrecogedora enraizada en el cuerpo herido, cosido, dolorido, pasando por las etapas más duras del túnel hospitalario hasta renacer a la luz, el gozo, la belleza y la vida. En uno de los poemas apunta en qué consiste su oficio de poeta: «dar en el blanco de los nombres».

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